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El próximo martes los madrileños irán a votar y el resto de los españoles descansaremos al fin de una campaña electoral especialmente crispada que, en un plano estrictamente territorial, ni nos va ni nos viene, pero que se nos ha metido en casa gracias a ... ese centralismo informativo que sobrevive a la fragmentación autonómica, hasta el punto de que conocemos mejor a los candidatos de allí que a nuestros respectivos gobernantes regionales.
De las informaciones que nos llegan se concluyen varias cosas, todas ellas edificantes. Por ejemplo, que los madrileños son víctimas de una creciente madrileñofobia. Y es que si Cataluña disfruta -y nunca mejor dicho- de la catalanofobia, Madrid no podía ser menos: ¿qué región del mundo puede vivir sin una idiosincrasia y sin agravios a su idiosincrasia? También se deduce, con arreglo a las proclamas de algunos candidatos, que Madrid atesora la esencia milenaria del españolismo, previa incluso a la existencia de España; algo así, no sé, como un bastión irreductible frente a la amenaza del comunismo, al que algunos combaten mediante la defensa de una especie de anarquismo de derechas, ideología política que promueve aspectos tan variados como pueden serlo la bajada de impuestos como método para garantizar los servicios públicos o bien el consumo de cerveza, en tiempos de pandemia, como un acto cívico de libertad y rebeldía identitaria. No en vano la actual presidenta dejó claro que a Madrid emigra lo mejor de las Españas, mientras que en el resto del territorio se queda la gleba improductiva y subvencionada, dato que ya conocíamos por boca de algunos dirigentes catalanes.
Por si faltaba algo, han entrado en campaña las amenazas de muerte, lo que añade una dimensión épica a lo que en principio estaba limitado a ser una mera trifulca. Todo el mundo sabe que el peligro de verdad no está en que te amenacen de muerte, sino en que te maten sin amenaza previa, porque quien tiene decidido matarte no suele practicar la cortesía de avisarte de sus intenciones, pero ¿quién renuncia al prestigio de lo dramático? Todos nos hemos llevado una sorpresa al saber que uno de los autores de esas amenazas es un enfermo mental, cuando se supone que deberíamos dar por sentado que ese tipo de acciones las llevan a cabo las personas que están plenamente en sus cabales. «Nuestra democracia está amenazada», enfatizan algunos, elevando la anécdota a categoría con la misma lógica con que podríamos deducir que, tras el atraco a una joyería de barrio, la industria joyera del país está al borde de la extinción. En estos momentos, en suma, todo vale.
Y el día 4 votarán. Y entonces, pase lo que pase, empezará allí el verdadero lío.
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