Al ministro Marlaska lo están poniendo contra las cuerdas a causa del asalto a la valla de Melilla. Unos ven en esto acoso electoral, maniobra política. Por la izquierda y por la derecha. Aunque la derecha debe andar con tiento por ese alambre. Su prestigio ... humanitario también quedó herido en el Tarajal, con quince muertos sobre la alfombra de aquella playa. La BBC y los vídeos. Las concertinas y otra alfombra, esta de cadáveres, tienen revolucionado el mentidero político. Hay muchos golpes de pecho, claro. Incluso alguien recuerda que esos veintitrés (o tal vez treinta) inmigrantes muertos también eran personas. Personas de tercera, pero también con ilusiones, familia y esas cosas que conforman al ser humano, por muy pobre que sea.

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Los portavoces políticos lo tienen que recordar para que la opinión pública tome conciencia de eso. También para que, al enunciarlo, ellos mismos recuerden de qué están hablando más allá de la maniobra o el interés coyuntural. Para que, más allá de esos segundos de espanto en la pantalla del televisor o del compromiso de los voluntarios de alguna ONG, esas decenas de muertos cobren alguna importancia frente a la subida del kilowatio, la cesta de la compra o la alegría automovilística de Sagunto. Ya dijo Marcel Proust que nos puede afectar más una corriente de aire que un terremoto en India. De eso se trata.

La indiferencia, más allá de esa aprensión pasajera a la hora del telediario, se ha normalizado. Hemos visto demasiadas imágenes pavorosas, nos han contado mil veces las penalidades de esa gente que atraviesa desiertos y se ahoga frente a los chiringuitos y las playas donde nos bronceamos. Así que cuesta distinguir esos cadáveres de las hojas con las que el otoño cubre las calles. Como si los muertos ahogados o aplastados a las puertas de nuestra casa formasen parte de un proceso natural. Eso podría deducirse de aquellas declaraciones que en su momento hizo Pedro Sánchez. Todo había salido muy bien, nos dijo, gracias al trabajo encomiable que habían hecho la gendarmería marroquí y la policía española. Los cadáveres parecían una anécdota. Bueno. Ahora Marlaska debe dar cuenta de aquellas bondades. Explicarlas con un poco más de detenimiento por mucho que no se quiera soliviantar al vecino marroquí en sus funciones de rudo portero de la discoteca europea.

El problema no es fácil de resolver y ni el buenismo ni las intenciones solidarias sirven para solventarlo. El rompecabezas es global y va a ser duradero. Pero no se puede dar por bueno que veinte o treinta vidas sean apenas nada, un detalle. Mera calderilla.

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