Allí nos encontraríamos al presidente del Gobierno, a primeros de julio, dando por vencida a la pandemia, animando a la gente a salir, a reactivar la economía y a disfrutar de la nueva normalidad (como dato curioso, ese mismo día 200.000 catalanes se vieron ... obligados a reconfinarse a causa de los rebrotes). Allí nos encontraríamos al ministro de Sanidad, a finales enero, asegurando que, a pesar de que el riesgo de pandemia era moderado, nuestro sistema sanitario estaba preparado para afrontar cualquier eventualidad (al poco, el sistema sanitario se colapsó y en estos días estamos advertidos del riesgo de un segundo colapso). Allí nos encontraríamos, a mediados de febrero, al director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias ofreciendo tranquilidad: «En España no hay coronavirus. No existe riesgo de infectarse», de lo cual concluía que el miedo estaba «un poco fuera de lo razonable» (y no tuvimos miedo, porque tenerlo suponía una irracionalidad).
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Allí nos encontraríamos a la presidenta balear reclamando la habilitación de un «corredor turístico seguro» (Baleares ronda hoy los 12.000 casos confirmados y casi 300 muertos). Allí nos encontraríamos al presidente de la Junta de Andalucía acusando al Gobierno central de castigar, por revanchismo político y no por criterios médicos, a las provincias de Málaga y de Granada, que no pasaron a la fase 3 a la par que las otras (Málaga sigue siendo la provincia andaluza con mayor incidencia de casos). La presidenta de la Comunidad de Madrid tardó poco en levantar un hospital de campaña y poco también en desmantelarlo, aunque tardó mucho en obligar al uso de la mascarilla, como señal tal vez de su decidida política de bandazos pintorescos. La portavoz del Govern aseguró que, en una Cataluña independiente, no hubiese habido tantos muertos ni tantos contagiados. Etcétera.
Allí, en la hemeroteca, en definitiva, nos encontraríamos con muchas curiosidades que nos harían sonreír si no nos hicieran temblar: estamos en manos de los dueños de esas bolas de cristal defectuosas.
Hemos pasado del estupor al caos, del caos a la gestión caótica, de la gestión caótica al triunfalismo, del triunfalismo a la irresponsabilidad, de la irresponsabilidad al desastre y desde allí hemos vuelto al punto de partida, del que en realidad nunca nos habíamos movido más allá de ese cronograma infantil de las fases, las desescaladas y la nueva normalidad.
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En medio de todo esto, la vida, tal como la conocíamos, sigue, en fin, en paradero desconocido y todo apunta a que tardará en volver. Si es que vuelve.
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