El 'Black Friday', como casi todos los eventos que nos empujan al consumo, viene de Estados Unidos y del día siguiente a su fiesta de Acción de Gracias cuando las calles se abarrotan de público comprando regalos. Fue Apple la empresa que lo importó a ... España y puso colas de jóvenes de madrugada ante sus tiendas para la perplejidad de los adultos analógicos. Este país, que se apunta al bullicio con una naturalidad sorprendente, que soporta el bombardeo publicitario de este día que ya ha salido de internet para instalarse hasta en la ferretería del barrio, que no se sabe de dónde saca para todo lo que destaca, acepta sin protestar todo aquello que le vacía el bolsillo 'voluntariamente'. Y luego, por si acaso nos ha quedado algo pendiente, viene el 'Cyber Monday', el puente de diciembre y las navidades con su potente abundancia.
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Tengo un balcón instalado en mi curiosidad, un mirador social desde el que me fascina contemplar nuestro comportamiento de rebaño, esa sospechosa obediencia hacia el pan para hoy y hambre para mañana que practicamos como si fuera nuestro último día. Hace unos años este desmedido consumo era algo reprobable e indecente que veíamos en las series americanas. Permanecíamos a salvo, con las guerras todavía en la memoria social europea, siguiendo el compás de ese ritmo conservador de valores y consciencias y con nuestras madres acortando el dobladillo de la falda de tu hermana.
Luego se disolvió el océano que nos separaba gracias a la tecnología y aquí estamos con el ya nuestro 'Halloween', 'Black Friday', 'Baby boom', 'Wedding planner' o 'Baby Shower'. Lo curioso es que Estados Unidos comienza a mostrar signos de una sorprendente consciencia donde se cuestionan los agravios raciales, de género o ecológicos. En los colegios se refuerzan las charlas educativas contra la discriminación y el racismo, revisando las sacrosantas columnas fundacionales de la patria. La vida por fin les presta una brújula para enfrentarse a los desafíos emocionales de esa gran nación.
Me cuentan que hay una especie de 'influencers' en las redes sociales que se han puesto de moda y empiezan a tener millones de seguidores. Ellas no ponen morritos ni se cuelgan un bolsito de Gucci como si se lo hubieran encontrado en la esquina, ellas hacen y enseñan a hacer todo lo que hacían nuestras abuelas, desde dar betún a los zapatos, coser botones, bajar dobladillos, tricotar o aprovechar las sobras de la comida para hacer croquetas. Yo las sigo, entre otras cosas porque casi siempre son las mujeres las que inician las revoluciones silenciosas. Bajo esta bacanal de adquirir lo innecesario sobrevive la esperanza.
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