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Sin novedad en el frente' (1929), del escritor alemán Erich Maria Remarque, es una famosa novela antibelicista que transcurre durante la Primera Guerra Mundial. Un año después de su publicación, fue llevada al cine con gran éxito por Lewis Milestone. Tengo muy buen recuerdo de ... la película y de su excelente factura. Cuando la vi de chaval, me impresionó la irresponsabilidad con que el profesor incita a sus alumnos para que se alisten y vayan a la incipiente guerra; también la magistral secuencia del asalto de la infantería francesa a la trinchera alemana, resuelta con largos 'travellings' que serían modernos hoy en día; y el triste final: Paul, el soldado protagonista, que ha sobrevivido a toda la contienda, se asoma un poco del parapeto para poder alargar mano y coger una mariposa. Un francotirador lo mata; lo vemos solo con el detalle de la mano yerta. Ese día, uno de los últimos de la guerra, el parte de la jornada es que todo tranquilo en el frente del oeste.
En estas semanas he tenido varias veces miedo a recibir ese balazo al final de la guerra y he extremado las precauciones para evitar el contagio del virus que he conseguido esquivar desde el comienzo de la pandemia. Por fin, tras tres meses desde el primer pinchazo, que se me han hecho muy largos, me han vacunado este pasado jueves con la segunda dosis de AstraZeneca. Soy de los que por sexagenario había quedado en ese inquietante limbo temporal y además en el extremo de la cola de espera por tener 61 años. Y mientras, la suma del auge de la llamada variante Delta con jóvenes no vacunados en actitud estival festiva y gregaria me tenía preso de funestos presagios (a lo largo de la vida he tenido cierta tendencia a sacar la paja más corta en el sorteo de a quién toca que se lo coman en la balsa de náufragos). Y aún me tiene; hasta conseguir después de diez días más esa inmunidad, si es que realmente se da y prospera la eficacia de las vacunas ante cualquier variante del virus. Esperemos que sí.
Me resulta extraña la percepción del tiempo que he tenido en esas 12 semanas entre un pico y el otro. Por un lado, cada semana ha pasado fugaz, como si los días se consumieran con voracidad entre sí y en un soplo llegaba el domingo. Pero por otro y sin embargo, el conjunto, el plazo de tres meses ha sido como uno de esos prolongados inviernos que parece que nunca terminan. Bueno, pues ya está; todo llega y todo pasa (y se desvanece). Pero por si acaso, procuraré no asomar la nariz ni sacar la mano de la trinchera para alcanzar una mariposa, ni siquiera un billete de 20 euros; si son dos, me lo pensaré.
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