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En la campaña electoral andaluza lo más importante es ver si el sol se pone mejor en Granada o en Finisterre. Me parece lógico. Alguna vez teníamos que abordar como país este asunto decisivo. Me temo, sin embargo, que solo podremos resolver esta contienda si ... un día invitamos a Bill Clinton a Galicia y le damos una mariscada frente al mar. Por mi parte, aunque he visto las dos puestas de sol, poco puedo aportar a este debate.
Cuando estuve en Granada había tantos turistas y tantos taxis en la carrera del Darro que el pie de mi hijo quedó atrapado bajo el neumático de un Ford Mondeo; en Finisterre, sin embargo, el cielo se fue poniendo negro, se desencadenó un tormentón pavoroso y la temperatura cayó diez grados de repente. En cualquier caso, estoy dispuesto a reconocer humildemente que los atardeceres en Granada y en Finisterre son mejores que los de mi pueblo, que no tiene ni Alhambra ni océano y ese es un hándicap insuperable, aunque a veces cae la luz dulcemente sobre las viñas, el cielo se incendia como si llegara el apocalipsis y la cosa tiene su aquel.
En lo que no admito discusiones, por muy estupendo que se ponga el señor Pezzi, es en nuestra supremacía a la hora de insultar. En la ribera riojana del Ebro, lo de 'tontopollas' se supera ya en el primer ciclo de educación infantil y a partir de ahí los juramentos van ganando en sonoridad y barroquismo hasta llegar a cumbres irreproducibles en este huequito. Bien mirado, tal vez ese sea nuestro hecho diferencial. Es lo más parecido a una lengua vernácula que tenemos por aquí y no descarto que acabemos lanzando un ambicioso programa de bilingüismo con los profesores soltando tacos en al menos el 25% de las clases de la ESO.
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