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Por mal que me haga quedar esta confesión con los lectores del periódico, no me queda más remedio que reconocerlo: Donald Trump -muchimillonario, 'showman', presidente de Estados Unidos y ahora parece que también 'coach' motivacional- tiene una capacidad casi infinita para sorprenderme. Su reciente deriva ... me tiene fascinada: no me veía venir ese 'crossover' entre 'Terminator' y 'Mr. Wonderful', esa mezcla improbable entre Margaret Thatcher y Rafael Santandreu. Sin embargo, ha vuelto a conseguirlo con sus últimas declaraciones en Twitter, escritas después de pasarse por el forro, tras su contagio y breve hospitalización, todo el protocolo de control de la Covid-19; tras volver a la Casa Blanca sin hallarse fuera de peligro y después de posar para las cámaras sin cubrir su rostro con mascarilla alguna: «No dejéis que el virus domine vuestra vida». Claro que sí, campeón.
Trump -quien, recordemos, preside un país con más de 200.000 muertos a causa de la pandemia- actúa, incluso después de sufrir la enfermedad en sus carnes, como si el virus fuese un estado mental; como si su remisión fuese un asunto de fe y en realidad se le pudiese vencer con tazas y calendarios cuquis en lugar de con una vacuna fiable, unas medidas sanitarias estrictas y una inversión importante en ciencia. En su debate con el candidato Joe Biden, el republicano alcanzó unas cuotas de populismo rastrero sin precedentes: quizás por eso busque ahora revertir esa imagen pública con una inyección de pensamiento mágico y un par de cápsulas de autoayuda patriótica. Puede que sea su manera de decirnos que queda Trump para rato, y que él seguirá con lo suyo en la salud y en la enfermedad. Hasta que las urnas -o el bicho- nos separen.
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