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Los dos partidos mayoritarios tratan de tapar el agujero que llevan en el casco. Se encuentran inmersos en una travesía electoral que va a ser larga y encarnizada. La ley del 'solo sí es sí' y el conflicto de la sanidad pública se contemplan, respectivamente, ... como armas y sangrías electorales. Ante el estrepitoso fracaso que ha supuesto la ley fraguada en el Ministerio de Igualdad, el PSOE trata de restañar la herida. Día a día, con cada rebaja de condena a un delincuente sexual, se pierden unos miles de votos que dentro de unos meses pueden ser vitales. Al PP le empieza a ocurrir lo mismo con las huelgas y manifestaciones en apoyo a la sanidad.
El PSOE hace equilibrios, lastrado por su matrimonio con Unidas Podemos y los apoyos parlamentarios que le dan vida. El PP hace sus propias prácticas circenses tratando de despegarse de Vox, considerando el aborto como un derecho -más o menos- y relativizando los conatos derechistas de Díaz Ayuso por medio de Borja Sémper. De modo que son los extremos los que están marcando, y obstaculizando, la marcha de los acontecimientos. Podemos y afines por la izquierda y Vox y Ayuso por la derecha. En medio, la ciudadanía. Una ciudadanía curada de espanto, pero no por ello menos dolida ni vulnerable.
Quienes vieron el fin del bipartidismo como un acontecimiento feliz pueden meditar ahora sobre la cuestión. Tanto el PSOE como el PP ganaron en su momento las elecciones contando con el centro político y social. Ciudadanos tuvo ese sueño antes de desvanecerse en su absurdo ensimismamiento. La cercanía electoral hace imposible cualquier entendimiento coyuntural entre los dos partidos mayoritarios. La mano tendida del PP a los socialistas ante la cerrazón de Podemos con su ley de la doble afirmación aparece como un ofrecimiento envenenado. No pueden conceder a los populares el papel del salvador que acude al rescate. La respuesta consiste en reforzar los ataques contra los conservadores que amenazan el Estado del bienestar con su peligrosa tendencia a las privatizaciones sanitarias.
Si en vez de diez meses nos separaran tres de las elecciones generales, la coalición de gobierno estaría disuelta. Pero queda demasiada ruta, hay que resistir y maniobrar ante la cerrazón de la cúpula de Podemos. Seguir haciendo equilibrios. Pasos de baile de los que el PP puede tomar nota porque ya sabe lo que le espera si, como parece inevitable, debe gobernar con Vox. Un partido que considera al PP una formación de centro-izquierda y que puede dar a Podemos verdaderas lecciones de intransigencia, soberbia y de cualquiera de los pecados que los morados puedan padecer.
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