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En este planeta dinámico en el que no paran de suceder cosas hay ángeles a los que, en ocasiones y cuando ya no hay más remedio, se les reconoce. No en los aeropuertos, ni en las calles, ni siquiera en Facebook o Instagram; ellos se ... conforman con titulares y si acaso una portada porque alguna institución les ha señalado con el dedo.
David Julius y Ardem Patapoutian son los premios Nobel de Medicina de 2021, obtenido por su trabajo en descubrir los receptores de la temperatura y el tacto. Estos días aparecen sonriendo con alegría, hablando con términos poco comprensibles, felices. El hallazgo de los Nobel sirve para entender «cómo el calor, el frío y la presión pueden generar impulsos nerviosos que nos permiten percibir el mundo y adaptarnos a él». Sus descubrimientos abren caminos insondables al alivio del dolor crónico, entre otras muchas cosas. Ya solo por eso el mundo entero debiera rendirles adoración, salir a los balcones para aplaudirles, enviarles flores por la promesa del alivio.
Suele gustarme averiguar algo más de estos ángeles, rascar en su pasado como si fueran un personaje de novela del que necesito saber cosas; de dónde provienen estos seres únicos y tenaces que empeñan su vida en averiguar cómo se comportan nuestras células. Me maravilla descubrir sus orígenes, el recorrido que hicieron, quién les proporcionó la oportunidad e incluso quien los amó lo suficiente para que se dedicaran a las hipótesis y lagunas del saber sin que se sintieran sobrepasados por la ignorancia.
Hace meses hablé en esta columna sobre dos de los descubridores de la vacuna para el covid, los alemanes Ugur Sahin y su esposa Ozelem Türeci, hijos de emigrantes turcos acogidos al plan 'Gastarbeiter' de la política alemana de posguerra. Ahora descubro que el joven armenio Ardem Patapoutain huyó a Estados Unidos escapando de la guerra de Líbano. Poco a poco me doy cuenta de que los laboratorios están llenos de becarios, licenciados y doctores que salieron de su tierra por hambre, violencia o simplemente incapacidad para realizar sus sueños, y a los que el azar, los contactos o los gobiernos con mirada a largo plazo acogieron.
Yo no pretendo que entre los armenios de fama universal esté Ardem, pues en esa cima se asienta Kim Kardashian al parecer con muchos más méritos para los tontos de este mundo, pero un buen ejercicio es mirar a los emigrantes con los ojos de lo que podrían llegar a ser: descubridores de remedios para la degeneración de mácula, gerentes eficientes, poetas o cantantes de los que rompen el alma, seres únicos que no perdieron pie en alguna frontera.
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