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Aristóteles, en su 'Poética', llamó así al recurso narrativo en el que el personaje de una obra descubre algo esencial sobre su entorno, o sobre sí mismo.
Leo mucho sobre la escritura de relatos. Y una de las claves básicas, según todos los clásicos, es ... la de que el protagonista siempre (1) ha de ser fiel a sí mismo y (2) tiene que tomar decisiones reales para que su historia evolucione.
Una profesora de guion me dijo que las decisiones que toman los personajes en un buen relato son justo las decisiones que merecen la pena. Y que, por eso, instaba siempre a sus alumnos a que al menos tomaran una decisión propia y libre, cada día.
Porque, si lo piensan ¿cuántas son las decisiones que tomamos realmente desde el convencimiento? Trayendo una frase que me habrán oído ya: ¿Vivimos la vida a la que estamos llamados, o la que nos ha 'tocado'?
Las decisiones de verdad comprometen: valores, ideas, vicios, lo que sea. Son lo que hace evolucionar una historia y a un personaje. O a nosotros mismos y nuestra vida. No podemos adocenarnos y que nuestra forma de pensar o de actuar se guíe por lo socialmente aceptado, por lo que no está bien ni mal sino todo lo contrario, por lo que no haga daño a nadie y de paso me haga quedar bien, por el relativismo, por el ir tirando.
Pero para tomar decisiones reales tendré que enfrentarme a quién soy y a qué es lo que realmente pienso de la vida. Y de la muerte. Tendré que enfrentarme al vértigode poner en duda mis cimientos. Para encontrar mi momento de anagnórisis. Y solo así podré tomar decisiones de las de verdad, de las que me dejen expuesto, de las valientes. De las que me hagan evolucionar.
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