

Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Viajar con niños es maravilloso… Todo empieza en el aeropuerto, que no facturas al pequeño de milagro, o en las escaleras mecánicas, cuando el de ... 4 años cae con su maleta (no calcula que lo que antes era llano luego será un peldaño) y provocas efecto dominó en equipajes de terceros. El asunto mejora cuando en los restaurantes sientes que la gente pone distancia de seguridad. Que incluso levantas el ala discretamente diciendo «a ver si soy yo que huele mal…». Nadie parece querer sentarse al lado de tropecientos niños (yo tampoco, no seré hipócrita). Es gracioso cuando tu hijo llora y te piden que lo controles… y al día siguiente -mismo restaurante- un chihuahua maúlla (eso no es ladrar) como si le estuvieran pisando el rabo (el otro), y todo es un «pobrecito, está asustado». Me encantan los perros. Pero lo de los 'perrhijos' (1,5 perros por cada bebé que nace) es de pedir un meteorito, de verdad. «No, es que los hijos son muy caros, y además se te van de casa». Joder, si tienes un huski con doce años, una prótesis de cadera más cara que la matrícula de Harvard y le quedan dos telediarios. ¿Quizá sea porque somos materialistas y puedes poseer un perro, pero un hijo no es nunca del todo tuyo?
Sabemos que existe un problema de baja natalidad, que las pensiones no se sostienen, que el relevo generacional peligra. Pero como poner remedio conlleva implicarse, no nos quejamos demasiado. Es como lo del plato de huevos con bacon: la gallina contribuye, pero el cerdo se implica (yo soy el cerdo, así que nadie se ofenda).
No me importa cargar con lo que he elegido, solo pido que no nos lo pongan más difícil que al resto (hala, ya me he hecho el ofendidito).
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.