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Hoy no me pondré filosófico. Que no todo es tomar besugo: de vez en cuando apetece una hamburguesa (no de las que ahora cuestan 35 euros porque a la vaca le dieron masajes balineses antes de filetearla…). Hace no mucho, a 800 kilómetros de casa, ... se nos acercó una señora a mi mujer y a mí. «Perdonad, chicos, sois de Bilbao ¿no?». (Pregunta clave para comenzar a engallarse). «Pues claro, pero tampoco queremos presumir…». «Lo decía porque estuvisteis viniendo todos los viernes durante años a mi local ¿recordáis?». ¡La chica del videoclub! Que no era una 'chica sin más': era la bruja madrina de tu ocio, tu guía espiritual, tu pitonisa. «¿Esta nueva de 'Máximo riesgo' de Stallone me gustará?». Y te sabía decir. Conocía tus gustos. Sabía qué habías alquilado las semanas anteriores. «Esta te gustó, esta no tanto…». (Y te regañaba si devolviste la última sin rebobinar).
Aquello no era solo cine. Era un ritual. Fue un reencuentro maravilloso. Como cuando tomas una cucharada cuyo sabor te retrotrae a la niñez. Pero nuestros hijos, arracimados cerca, estaban extrañados. Les dije que saludaran y presentaran sus respetos: una genuflexión, o algo sencillo, a la altura de aquella deidad de otrora. Pero nos miraban como las vacas al tren. Hasta que Anita (12 años) preguntó: «Pero… ¿qué es un videoclub?».
Me debatí entre abrazarlos y compadecerlos, por una infancia que nunca estará a la altura, y castigarlos a todo durante toda la vida, por ignorantes. ¿Antes las cosas eran mejores? Hay que pensar que lo mejor siempre está por llegar. Pero hay una cosa clara. Antes, las cosas eran distintas. Y eso… nos ha hecho distintos de quienes nos tomarán el relevo.
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