Esta semana se marchan dos buenos compañeros, dos de los pilares de una iniciativa fantástica (gracias), que emprenden un nuevo camino profesional. Y me alegra, pero me duele. Pero qué bien que me duela. Porque eso significa que han sido importantes para mí. Que han ... trascendido de lo profesional.

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Esto me ha recordado las separaciones de tantos antiguos compañeros. De todos he aprendido. Entre todos, seguramente, han moldeado el profesional que soy (no digo si bueno o malo, digo el que soy). Gracias a todos los que habéis pasado por mi pasado. Además, ante esta 'pérdida', me ha conmovido que tantos otros compañeros hayan arrimado el hombro conmigo, como glóbulos blancos corriendo a la herida. Tantos levantando la mano queriendo sumarse a una misión, que queremos elevar a su versión 2.0. Otra enseñanza aprendida.

En empresas de personas, son las personas las que han de primar. Porque hay sacrificios que no hay trabajo que los merezca, pero sí personas que los merecen. Esos aprendizajes y personas hacen que un mero trabajo no sea solo un trabajo. Son lo que convierte la prosa diaria en poesía. Lo que convierte una empresa en misión. Lo que eleva una profesión a la categoría de vocación.

La vida es, de suyo, una enfermedad terminal. Porque de esta vida no salimos vivos, se lo digo yo. Y cuando ya tienes una edad, aprendes a convivir con la zozobra de lo caduco. Por eso aprecias tanto lo perenne. Las relaciones, los recuerdos, las personas. La vida es demasiado corta como para perder el tiempo con amarguras. Me quedo con lo bueno que saco y con que hay cosas que están por encima de las individualidades. El 'show' es más grande que nosotros. Y el 'show'… debe continuar.

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