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El rey ha muerto, viva el rey». Es lo que faltó decir el otro día, tras la final de Wimbledon. Casi me dio pena Rafa Nadal cuando oía las lisonjas que le lanzaban a un muchacho, Alcaraz, que acaba de empezar. No porque cantaran sus ... bondades, que las tiene, sino porque dejaran entender que su sombra envilece a los que le precedieron.
Dicen que tiene lo mejor de Nadal, de Federer y de Djokovic, sin sus defectos. ¿Ganará entonces 60 Grand Slams? Ha empezado muy bien, pero de ahí a ponerlo en el trono de la historia del tenis mundial... El propio Alcaraz dijo que la época del triunvirato acabará cuando los dos que quedan se marchen. Y lo dijo como pidiéndoles un respeto, porque es un buen chaval (yo soy muy fan de los murcianos, les debo mucho).
Esto me hacía pensar que tenemos una necesidad de héroes casi enfermiza. Aunque es bueno buscar referencias. Está dentro del ser humano hacerlo. Buscamos más testimonios que maestros. Las leyendas entran mejor que las letras. Y nuestros antiguos sabían que las moralejas de los cuentos o las mitologías de los héroes griegos hacían más por los valores de los ciudadanos que mil volúmenes de Ética. El problema es, como ya dije en una ocasión, que nos hemos equivocado de héroes.
Nos hemos acostumbrado a encumbrar al primero que practica bien un deporte, que acumula seguidores en una red social o tiene un desmedido atractivo. Como intuyen, hablar de Alcaraz ha sido una mera excusa para recordar que allá donde estén nuestros héroes, estarán nuestros valores como sociedad. Porque de lo que llena el corazón habla la boca. O la prensa, o la televisión. Sirvan estas letras como una invitación a reflexionar sobre quiénes son nuestros héroes.
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