No nos engañemos. Ya está. El invierno ya llegó, ya llegó, ya llegó, y la fiesta terminó. Es hora de que llevemos ya el coche a limpiar y que nos quiten las dunas de arena desértica allí acumuladas: no nos engañemos con el 'todavía no ... lo lavo, que seguro que quedan varias excursiones de playa'. Me hace gracia porque estamos en esa temporada curiosa en que lo mismo ves a un fulano con camiseta, pantalón corto y chanclas que a otro con botines y chamarra. Me recuerda un poco a cuando los turistas vamos a Canarias entre noviembre y febrero, que es llegar y ponernos el bañata… mientras todos los paisanos de la isla se arrebujan en la rebequita cuando cae el sol. Y claro, nos miran como las vacas al tren. Como nosotros a los noruegos cuando vienen al sur de la península.

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Es curioso, pero nuestros fueros internos se resisten a amoldarse a la realidad. «Yo entre abril y septiembre, voy sin calcetines», decía un amigo mío. Ya, jobar, pero si tenemos 16 grados y jarrea... Si hace frío en verano, no pasa nada por llevar pantalón largo. Y si hace 26 grados un día de diciembre, ¿por qué no ir en cortos? «Pero ¡cómo vas a ir a la playa en diciembre!». No somos flexibles, no pensamos fuera de lo convencional, estamos más cómodos dentro de las estructuras mentales preconcebidas. En verano, playa. En invierno, chimenea. En esto, como en todo, tenemos que estar dispuestos a ver más allá y pensar fuera de la caja. En esto, como en todo, es bueno que no nos dejemos llevar por ningún prejuicio. Para respetar otras opciones y otras formas de ver las cosas, que a veces tienen su razón de ser. Así no pisaremos callos. No pisaremos a quien lleva chanclas.

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