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Dicen que fue una bilbainada. Y la única pena fue que la gabarra no pudiera hacer el recorrido inicialmente propuesto, quedándose sin surcar algunas zonas de las afueras, como la ribera del Hudson o la bahía de Osaka.
En serio. Aquello trascendió a lo local, ... a Bilbao y al fútbol. Durante unas horas no hubo polarización o divisiones. Azkuna renegaba de las banderas porque sirven para unir a gente, pero en contra de quien defiende otra distinta. Incluso las banderas futbolísticas pueden provocar feroces enfrentamientos. (Que por cierto, ¿cómo va eso de las quedadas de los ultras para pelearse? ¿Abren un chat: 'Hola ¿quedamos a y media para sacudirnos?'. 'Perdonad, a mí me vendría mejor a menos cuarto'. 'Faltaría más'. Y una vez allí ¿se rompen la cara…?).
En fin. Que aquello fue una suerte de experimento social cuasi irreal, como si todos hubiéramos dicho: ¿y si nos dejamos llevar por la alegría y fluimos? Y nos gustó. Porque es bueno. ¿De verdad no podríamos trasladar ese sentimiento de tolerancia y convivencia de lo deportivo a lo social? No estaremos tan mal como sociedad si 'once tíos en calzoncillos' nos fundieron de ese modo. Piensen en esto: la gabarra no navega, solo flota. Y si logró progresar… fue porque tuvo la humildad de dejarse remolcar. Igual la clave está en darse menos importancia, escuchar para comprender (no para responder) y aceptar manos tendidas.
La gabarra de hace 40 años unió una sociedad rota. Unió dos orillas, la industrial y la cortesana. Unió a personas. Está bien que eso consiga hacerlo el fútbol. Pero como seres humanos deberíamos encontrar más puntos de unión. Más momentos que nos eleven por encima de banderas o reticencias tribales. En suma… más gabarras.
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