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Ayer operaron a mi hijo de 3 años, nada grave. Ya en casa, le hice yo la primera cura. Y tenía a varios de la familia alrededor espetando «ay, pobre», «pero ten cuidado» (hazlo tú, no te…), «le estará doliendo». Pues claro que le duele. ... Pero es para curarlo.
Me sirvió como paralelismo con los 'golpes' que a veces nos caen del cielo. Que duelen, pero sirven para hacernos mejores. Nos generan la misma incomprensión que la de mi hijo ayer al ver que le manipulaba para su dolor, sin saber que era por su bien.
Todo esto me hizo pensar en que, como sociedad, hemos cogido pánico al dolor. Nuestros ancestros tenían miedo a las bestias que acechaban su cueva, o a la peste que asolaba su pueblo. Como nosotros ya estamos protegidos (normalmente) de esto, hemos bajado el umbral de tolerancia. ¡Si ahora ya en las operaciones te ponen anestesia para que no te duela el pinchacito de la anestesia! Te anestesian para anestesiarte.
Estamos todo el día alerta porque estamos diseñados para convivir en un peligro que ya no es tan inminente. Por eso ahora tenemos miedo al dolor, miedo a envejecer, miedo a la enfermedad. Ese rechazo al dolor ha hecho que ocupemos la cabeza con lo inmediato, con estímulos de imágenes o sonidos (redes, música, videojuegos). De hecho ¿sabían que en determinados ámbitos de entretenimiento está prohibido usar las palabras 'dolor' o 'muerte'? Porque reparar en esos términos nos rescata automáticamente a la realidad (nos desconecta de Matrix). Pero hemos tomado la táctica del avestruz. Y por mucho que lo rehuyamos, el dolor o la contradicción siempre estarán ahí. Porque es tan solo la otra cara de la misma moneda de la vida.
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