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El relativismo defiende que no hay nada que esté bien o mal en sí mismo. Y como este es mi artículo de opinión, opino que no estoy de acuerdo. No somos nadie para juzgar y, por tanto, nadie es quien para juzgarnos: las personas dependemos ... de tal intrincada miríada de circunstancias que nunca deberíamos juzgar los motivos de nadie. Pero sí hay cosas que están bien o mal. Y si me pongo filosófico es porque esta semana me han ofendido: y no quiero juzgar ni responder como 'me pide el cuerpo' (que comienza a darme razones aparentemente justas para ser un cabrón).
Me da pena porque, ante cualquier afrenta, a mí un 'perdón' me desarma. De hecho, opino que a quien no le vale un perdón, es porque no suele pedirlo: y por eso no quiere dar valor a algo que no está dispuesto a rogar.
Si no vivimos como pensamos, acabaremos pensando como vivimos. Aceptando por bueno lo que, casualmente, nos conviene. Tirando de relativismo. He aquí una idea: se supone que nadie considera inteligente a quien es fácil de engañar, ¿no? Pues no seremos tan listos si nosotros mismos conseguimos engañarnos. Dudo de quien no duda. Y debemos dudar incluso de nuestros sentimientos. Cuántas veces deseé objetivos que hoy me parecen absurdos…
Gracias a Dios no nos define lo que sentimos, sino lo que decidimos hacer. Así que, en esta situación en la que mi cuerpo pide algo y la razón tira de las bridas, ¿cuál es la solución? Una sencilla pero difícil. Porque es sencillo hacer las cosas bien pero es difícil ser sencillo. No engañarse y hacer lo que creo correcto hoy, ahora. El 'haz lo que debes, y estáte en lo que haces'. Y en lo más sobrehumano que un humano puede hacer: no darse importancia. Y olvidar.
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