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Me he pasado la vida esperando que pasaran algunas cosas y temiendo que ocurrieran otras. Y la misma vida me ha constatado que esperar lo bueno puede frustrar, pero anticipar lo malo duplica el disgusto.
Un amigo me contó que, tras desearlo muchos años, había ... terminado de pagar su hipoteca. «¿Y sabes lo que sentí?... Nada», me confesó defraudado. Eso me recordó a cuando publiqué mi primera novela. Nunca dije a (casi) nadie que escribía. Pasaron ¡siete años! desde que comencé a hacerlo hasta que me publicaron. Siempre imaginé ese momento entre amigos y champán, anunciando mi novela en las estanterías (con el tiempo, la imagen fue engordando con confetti, un restaurante prohibitivo y la prensa agolpada a la puerta). Finalmente, publiqué. Fui a la Feria de Madrid a presentar el libro. Y 'celebré' aquella gran noche… en un hotelucho, pidiendo pizza, cuidando de los tres niños pequeños que entonces teníamos.
Eso te enseña a rebajar los momentazos y a poner en perspectiva las putadas. Esto no es indolencia ni falta de implicación. Al contrario: te ayuda atreverte con más cosas. A tener menos miedo. Acabas por hacerte 'melasudista', que es un poco grosero y no da demasiado prestigio social, pero aporta mucha calidad de vida. Te ayuda a ser un poco más feliz. De hecho, Miguel D'Ors decía algo así como que ser feliz consiste en no serlo siempre y que no te importe. Y eso es lo que pido internamente cada día, como dice la oración: serenidad para aceptar lo que no puedo cambiar, valor para cambiar lo que puedo cambiar y sabiduría para reconocer la diferencia.
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