Dicen que hubo una vez dos políticos muy enfermos, ingresados en distintos hospitales. Parecían jugar los minutos del descuento, así que se escribieron sendas cartas de despedida: 'nos vemos al otro lado', debieron de decirse. 'Un lado en el que ya no tendremos siglas ni ... banderas'. Al final uno sobrevivió. El otro nos espera allí arriba.

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Al finado le escuché una vez decir que él no comulgaba con las banderas: que solo valen para unir a gente, pero en contra de otra gente. Ya decía Alejandro Dumas que el dinero es buen siervo y un mal amo; y con las banderas pasa lo mismo: se las puede defender, pero nunca dejarse subyugar por ellas.

Lo digo porque ahora que estamos en Navidad se me hacen más fuera de lugar los rencores, odios y por supuesto, las guerras, normalmente justificadas bajo una bandera. En esta época nos elevamos un poco y pretendemos vivir con más paz, reconciliación y cariño. Es como que las guerras nos duelen más, las pérdidas las acusamos peor, las diatribas polémicas nos parecen menos trascendentes.

Y uno se pregunta si podríamos trasladar esa inclinación a otros momentos del año. Al menos para valorar dos veces si realmente hemos de sentirnos ofendidos por lo que escuchamos, por ejemplo.

Es como en la estación espacial en la que conviven astronautas americanos y rusos. Les preguntaron por cómo llevaban allí el tema del enfrentamiento político, conviviendo juntos. Debieron de contestar que, desde allí, veían la Tierra tan pequeñita, que ponían distancia, no con la gravedad de problemas como la guerra, pero sí con sus diferencias políticas. Desde allí arriba… se nos ve muy pequeñitos. Y ahora que nos 'elevamos' un poco, no deberíamos olvidarlo.

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