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Viste el debate entre Sánchez y Feijóo?». «Qué debate ni qué debate», me sale responder. Debatir es «discutir un tema con opiniones diferentes». Y de eso no hubo.
Presenciamos el lunes uno de los males endémicos como sociedad: que no escuchamos para comprender sino para ... responder. A pesar de que un debate es un diálogo, yo casi habría preferido monólogos protegidos en los que dejaran hablar exclusivamente a uno y luego al otro. Unos minutos por cada tema. En teoría es mucho menos interesante, pero en la práctica, al no dejarse hablar el uno al otro, casi no éramos capaces de escuchar lo que tenían que decir. Y si no sabemos lo que tienen que decir, los votantes hemos desaprovechado una gran oportunidad para saber a quién votar. Al final, nuestro único ejercicio responsable es el de estudiarnos los programas políticos y valorar en consecuencia. Con lo que, para eso, que no haya campañas ni debates y nos ahorramos un dinero.
Si no, con debates o campañas tan agresivas, en las que se acude más al demérito del contrario que a la visión del proyecto propio ofrecido, nos hacen votar más por instinto y afinidad a unos colores (o por hartazgo contra los mismos), que por una decisión racional. Y esta decisión escoge un proyecto, no a una persona, con lo que debería ser racional.
¿Imaginan una campaña con debates intelectuales en la que se fueran construyendo argumentos y contraargumentos sobre la base de lo escuchado al interlocutor? ¿Y que alguna vez se dieran la razón los unos a los otros? «Sí, esa medida que ustedes implementaron estuvo bien. Pero yo propongo otras…». Yo tampoco. Y hasta entonces, supongo que la mayoría seguirá votando por instinto. O por costumbre.
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