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La psicología positiva sopesó hace ya décadas que esta ciencia no tenía que dedicarse solo a curar a los enfermos. También podía enseñar a ser menos infelices a quienes no tenían ninguna patología. El cerebro es un músculo (aunque también haya una parte 'trascendente' implicada) ... que puede entrenarse. Y podemos entrenar para ser más optimistas. Más positivos.
Se ha visto que nuestro cerebro no entiende bien las instrucciones en negativo. Ejemplo: intenten no pensar en un elefante. Y a todos nos aplasta la visión del paquidermo gigante, ¿no? Como decía Simon Sinek, un entrenador jamás debería decir a un esquiador «cuidado con esos árboles peligrosos de la derecha» porque su cerebro se centrará tanto en los árboles que se los acabará comiendo. Hágale centrarse en la pista: y verá una gran vía libre. Por eso, también debemos hablarnos en positivo a nosotros mismos. No pensemos: «No me voy a enfadar» o «no quiero estar triste». Porque eso hará que el cerebro se siga focalizando en los árboles de la derecha. Cuando pensamos en negativo el cerebro entra en bucle: la cabeza no para de dar vueltas en una perniciosa espiral.
Es mejor parar. Y, o pensar en otra cosa, o pensar en positivo: «Qué bien que haya ocurrido esto porque así aprendo». «Bah, seguro que no tenía mala intención…». Y dirán: ¿Eso no es mentirnos a nosotros mismos? No lo sé. ¿Pero qué más da? Está clínicamente probado que es lo único que nos hace salir de dinámicas de tristeza o enojo. No hay más: parar, pensar en otra cosa o pensar en positivo. Punto. Y si esto va de ser feliz, qué más da engañarse un poquito. Pensemos que vamos a triunfar… y luego saquemos buenas conclusiones de nuestro fracaso.
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