Arancelosos

Hoy navegamos en una economía tan global, que las medidas unilaterales suelen ser infelices. Es un equilibrio tan delicado, que deberíamos cuidarlo con exquisita responsabilidad social. Pensando más allá de nuestro jardín. Porque estamos tan interconectados que, si un país pone a otro una zancadilla (o arancel), todos caemos (incluido el que zancadillea. O arancelea).

Esta economía globalizada es como el amor. Tienes que confiar en el otro para que funcione. Al fin y al cabo, economía viene del griego, en una conjunción de dos palabras cuya semántica responde a casa (oîkos) y distribuir (némo). Compartir una casa común. Y para com-partir, hay que partir. Repartir sin quedarse siempre la mejor parte.

Los aranceles son como los egoísmos que salen en las relaciones. Esa toxicidad que a veces asoma en relaciones añejas. Como las de EE UU y el mundo. Los aranceles no son sino desconfianzas y celos. Y si en una relación empiezas a pensar más en proteger lo tuyo que lo común, se acaba emponzoñando. Entras en el bucle sin fin del 'y tú más', respondiendo aranceles con aranceles, sin querer ser el primero en dar el brazo a torcer. Sabemos quién ha empezado. Pero alguien debe parar, soltar peso para guardar el equilibrio. Para desescalar en los recelos, los celos y los 'arancelos'.