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Si Sánchez hubiera tenido a una de mis admiradas pitonisas cuando los bolsillos se le llenaron de adrenalina en la moción de censura de junio de 2018, se habría deslizado a sus aposentos o emigrado a la España vacía. Una mujer que trabaja en una ... mesa camilla y se relaciona con el tiempo como una noria que sube y baja sabe que la adversidad, esa corriente inesperada de infortunio es algo con lo que hay que contar. A Sánchez no solo le ha tocado bregar con una bicefalia encabezada por Pablo Iglesias, su pesadilla en otros tiempos, sino que ha sido coetáneo del presidente de Estados Unidos más singular de la historia, ha vivido la consolidación del Brexit, el desgastante 'procés' y, por si faltaba algo, la amante del emérito, Corinna, desvelando el historial bancario del monarca en Suiza.
Solo fue un aperitivo; las cartas de la vida no se juegan en los despachos de comunicación ni las detienen los asesores. Si se hubiera echado las cartas, las intuitivas adivinas le habrían dicho que el incendio de Nôtre Dame era un presagio retransmitido al mundo para que almacenara perplejidad porque la pandemia estaba a la vuelta de la esquina. Sobrevivir al covid sin que se le moviera un pelo me pareció una heroicidad a pesar de que nadie iba a tomar el mando en medio de semejante pesadilla. Luego tuvo varias danas, múltiples fuegos, Marruecos y el Polisario, la evacuación de Afganistán, la princesa Díaz Ayuso erigiéndose poderosa y ahora el volcán de La Palma.
Gestionar tanta adversidad me hace compadecerlo a pesar de que no invite a ello. Ni siquiera en esos trágicos momentos le he visto flaquear, desencajarse, abandonar ese puntito de arrogancia que no le abandona o sentirse amenazado por las críticas. En sus comparecencias para el control del Gobierno no responde, se encara e ignora con una soltura inquietante, al igual que sus ministros, ocupados en desmontar una oposición de discurso viejuno y sin talla para un resistente profesional como es él.
Si el volcán resulta hipnótico a mí me sucede lo mismo con el presidente. Lo miro persiguiendo la existencia de emociones en su mirada, tratando de encontrar espontaneidad en sus gestos y apartando esas fantasías de los negacionistas de que nos andan instalando unos chips en el cerebro. Me resulta imposible saber si viene o va, si sufre o está alegre; pero, de tanto observarlo, la única vez que la contrariedad atravesó su mirada fue cuando Ayuso arrasó en las elecciones madrileñas. La princesa anda conquistando tierras americanas, defendiendo el legado de la hispanidad con ese desparpajo que la caracteriza sin detenerse a calibrar los errores en sus palabras. Ella también es una resistente, así que cuando converjan sus caminos, que convergerán, tendremos fuegos artificiales.
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