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Llevo unas cuantas semanas leyendo con interés periodístico y, tengo que reconocerlo, bastante morbo personal, lo que se está contando o revelando sobre el comisario José Manuel Villarejo, el rey de las cloacas del Estado por lo que se concluye. Y, naturalmente, igual que debe ... pasarles a muchos, no salgo del asombro, del asombro y de la indignación que como ciudadanos historias así despiertan.
La primera y elemental conclusión es que con policías como Villarejo no hacen falta delincuentes perturbando nuestra seguridad. La segunda es que algo funciona mal para que un servidor público, que ha cobrado religiosamente de nuestros impuestos para impedir el delito, haya podido aprovecharse tanto tiempo de impunidad para chapotear en el fango de todos los charcos de la corrupción. Como presunto sólo, ya lo veo protagonizando una gran novela.
Perdón, de una gran novela, no, de una gran historia real que supera con creces a la imaginación más desbordada de cualquier escritor de tramas negras. Más de uno imagino que estará al quite, tomando notas de los hechos porque la inspiración en este caso no le hará falta. Yo he pensado en mi amigo y compañero de columna Lorenzo Silva. Pero Lorenzo escribe excelentes historias de la Guardia Civil, y lo de Villarejo no es propio para una novela policíaca sino de un relato contra policíaco.
Durante muchos años, Villarejo utilizó los resortes de su función para enriquecerse, desde luego, pero sobre todo para manejar la información que conseguía, siempre con un micrófono en la corbata, para manejarla en favor o en contra de sus negocios y para almacenarla como elemento en reserva para su autodefensa partiendo de la tesis moderna de que la mejor defensa es sacar al aire los trapos sucios ajenos para que, caiga quien caiga, su pellejo quede a salvo.
Es impresionante la clientela de presuntos delincuentes que el comisario para todo, es decir, para el delito y la Justicia trucada, atraía para que les socorriese en sus violaciones de la Ley. Y, desde luego, no menos impresionante la maña de que se valía para aparecer ente el poder político como un policía modélico mientras en la sombra ejercía del policía malo que, lejos de sacarles a los delincuentes la verdad, los sacaba de sus atascos con la Ley.
No creo haberle visto nunca en persona, y en fotografía sólo tapado con una gorra campesina con visera, pero le imagino con micrófonos ocultos en cada repliegue de la ropa y grabadoras en los bolsillos. Desde hace diez meses ha pasado de administrar sus numerosas propiedades dispersas por el mundo y de atender a sus compromisos con quienes acudían a él como al curandero ante la desesperación. Ahora supongo que entretendrá sus horas en la celda intentando auscultar en qué falló su talento maquiavélico para tener que pasar su vejez entre rejas.
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