Cincuenta balazos

Djokovic en cambio no dijo nada ayer en Melbourne. No, no le ahorcaron. De haberlo hecho, Medvedev sería hoy número uno de la ATP. Las autoridades australianas solo lo acompañaron al aeropuerto para que cogiese un vuelo a Dubái, probablemente en primera clase. Ese trayecto era definido ayer por algún medio serbio como «la mayor vergüenza de la historia del deporte». Ténganlo en cuenta cuando les parezca que yo exagero. Tras la expulsión de Djokovic, el presidente de Serbia, que está a la moda y es nacionalpopulista, pero mucho, habló sobre el «nuevo orden mundial» y una caza de brujas contra su país.

Con lo fácil que es entender la teoría del agravio comparativo. Bill Bryson dice que, si los australianos tuviesen una sola virtud, esta sería el «sentido de lo correcto basado en la justicia común». A partir de ahí, es fácil entender que, en una época en la que a todos se nos exigen montones de requerimientos para viajar, a nadie le hace gracia que tenga privilegios un famoso tenista. Pero escuchemos al padre del famoso tenista, que es desde hace once días mi ser humano favorito. «Ha terminado el atentado fallido contra el mejor deportista del mundo con cincuenta balazos a Novak en el pecho», parece que ha dicho Srdjan Djokovic. Pues son treinta y dos balazos más que los de Ned Kelly. A ver si a Djokovic le han echado al final de Australia por presumir.

Churchill se tomaba un whisky al despertarse a modo, según su secretario, de «enjuague bucal», pero ya en el siglo XVIII el primer ministro William Pitt era «un hombre de tres botellas», siendo las botellas de whisky y la frecuencia de la ingesta diaria. Inglaterra se ha gobernado históricamente entre brumas etílicas. El espíritu de la nación es espirituoso. Margaret Thatcher afrontaba las reuniones vespertinas con un whisky con soda sin hielo. Las neveras bajo las mesas de Downing Street llegaron hasta los tiempos de Gordon Brown. Cuenta la leyenda que, siendo ministro de Exteriores, el laborista George Brown estaba tan borracho en una recepción que intentó sacar a bailar un himno nacional a una mujer de rojo que resultó ser un cardenal. Bueno, Boris Johnson va a prohibir beber en el número 10. Por propia supervivencia. Y eso que el Brexit era un modo de conservar el estilo, la autenticidad, el carácter nacional.

Las bajas por covid en el País Vasco han llegado a superar las tres mil diarias y eso ha ocasionado un problema por el lado de los puestos sin cubrir y otro por el de los trámites a realizar. La pesadilla se concreta al recordar que la mayoría de las empresas del país trabajan para estas cosas con unas gestorías que llevan desde el comienzo de la pandemia funcionando como auténticos servicios de emergencia. Miren, se nos olvidó en su día el aplauso en los balcones a los gestores, lástima. Esos niños levantando calculadoras sin entender nada.