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El alcalde Iñaki Azkuna murió en marzo de 2014Escribe Buñuel en sus memorias que, una vez muerto, le gustaría poder reaparecer en el mundo cada diez años para comprar los periódicos y ver cómo iban cambiado las cosas. Es probable que, de poder elegir, Iñaki Azkuna acortase la frecuencia de las visitas y ... circunscribiese el mundo a Bilbao, maniobra que podría justificar con alguna cita ligera, pero aplastante, de Unamuno. Si la ciudad comenzó siendo para Azkuna un destino, un ascenso o un desafío, terminó siendo algo más personal e intenso, una pasión, y su gobierno una forma tardía de vocación: un modo de explicarse a sí mismo por completo. Hoy incluso nos sorprende que Azkuna fuese en su vida cosas distintas a alcalde de Bilbao. Al mismo tiempo, la reinvención de la ciudad, su conversión en un fotogénico animal de titanio que se esponja y ronronea bajo los elogios, ha quedado unida al nombre de Azkuna de un modo incuestionable. Y entonces lo que nos sorprende es recordar cada cierto tiempo que el Guggenheim, en realidad, lo inauguró Ortuondo.
Cinco años después de su muerte, de poder acometer el regreso exploratorio de Buñuel, Iñaki Azkuna encontraría un Bilbao idéntico y distinto, con Zorrozaurre transformado en una isla y la gente pedaleando en rojas bicicletas municipales. También una ciudad sin ETA, que ha transformado el frente del Ayuntamiento en un foco de reivindicaciones sociales y en la que el Athletic femenino no solo juega en San Mamés, sino que puede abarrotarlo. No se le pasaría por alto al alcalde que la Alhóndiga se llama Azkuna Zentroa y que en la explanada de la clínica del IMQ hay una escultura en su honor formada por dos siluetas suyas que se superponen en una perspectiva personalista. Tampoco le sorprendería. Azkuna fue en sus últimos años un alcalde al que perseguían de cerca sus propios monumentos.
Y sin embargo la ciudad ha terminado situando su ausencia en un lugar sosegado, como si fuese cierto que en la esencia misma de Bilbao hay un instinto de no dramatizar y seguir adelante. Lo tenía el propio Azkuna en su mejor versión: cierto estoicismo con pañuelo de bolsillo. En 2008 regresó de operarse el cáncer en Norfolk revelando una de esas lecciones sencillas que se aprenden en los momentos complicados: el secreto de la existencia consiste en poder «tomar un blanquito y una banderilla de huevo en el Kirol».
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