Urgente Un incendio en un bloque de viviendas desata la alarma en Basauri

Como a cualquier lector del Quijote, me asiste la seguridad de que Cervantes, por ásperos motivos biográficos, no tenía en el más alto concepto a los sarracenos. Abrigo además la sospecha de que algunas de sus ideas estaban bastante alineadas con las categorías de la ... sociedad patriarcal en la que nació y murió, y me malicio que hasta podía ver con buenos ojos la extensión de los dominios y el poder de un imperio que luchó por ensanchar y siempre se enorgulleció de haber defendido, aunque le costara no poder volver a darle el mismo uso a uno de sus brazos.

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Lo que no parece es que fuera, en el sentido originario del término, un bastardo, que es de lo que le han motejado en la pintada trazada en rojo chillón sobre el busto que lo recuerda en San Francisco, California: sus padres estaban casados y tanto su concepción como su nacimiento fueron legítimos, con arreglo a los usos de su tiempo y su lugar. Quiere uno interpretar que de lo que se trata con ese término, el inglés 'bastard', es de darle estopa, con el limitado arsenal imprecatorio de la lengua de Shakespeare, por esos otros pecados mencionados al comienzo y que vienen a resumirse en uno solo: el de ser español y haber escrito en esa lengua, nacida en la dura y fronteriza tierra de Castilla, su obra de éxito imperecedero y alcance universal.

No deja de ser una paradoja jugosa que el atentado se haya perpetrado justamente ahí, en San Francisco, un lugar que se ha nombrado desde siempre en el mismo castellano en el que Cervantes escribió, lo que quiere decir que es un poco Castilla y un poco España, mal que les pese a quienes ahora proponen como sustitutiva alguna otra identidad, seguramente inventada. Podría extrañarnos si no estuviéramos al cabo de la calle de lo que pueden llegar a conseguir, en punto a reescribir la Historia y adulterar la realidad, los fanatismos varios, y más cooperativos que contrapuestos, que se han apoderado del discurso en este confuso, aturdido y estulto siglo en el que nos toca vivir.

Harto de los exabruptos de unos y otros, de los dementes reaccionarios y los revolucionarios dementes, se acuerda uno del prólogo de 'A sangre y fuego' del maestro Chaves Nogales. Entre ser cómplice del fascismo o serlo del bolchevismo, decía él, «es preferible meterse las manos en los bolsillos y echar a andar por el mundo». Ahora que ya no queda mundo a donde huir, porque por doquier aguarda la misma intolerancia obtusa, permítasenos retirarnos a nuestras bibliotecas, junto a Cervantes y los demás bastardos a quienes nunca leerán los que humillan estatuas.

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