Cerca de las víctimas, acercar a los presos
No todo el mundo es capaz de pedir perdón; bastará con poder decir «nunca más»
ángel toña guenaga
Sábado, 14 de julio 2018
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ángel toña guenaga
Sábado, 14 de julio 2018
A paso lento, aunque entiendo que firme, vamos superando en Euskadi la tensión dialéctica, la dicotomía según la cual «o se está con las víctimas o se está con los presos», lo que conlleva a posicionarse a favor de unos u otros, e induce a ... prejuzgar situaciones ideológicas confrontadas.
Los vascos hemos avanzado en el reconocimiento de las víctimas, del daño injustamente causado, y les hemos reconocido como sujetos afectados y doloridos, pero vinculados al proceso de reconstrucción de nuestra memoria histórica y a la construcción de nuestro futuro. No son los únicos afectados ni su voz es la única que debe ser considerada, pero su reconocimiento no será obviado en adelante.
Tuve un profesor, hace más de cuarenta años, cuyas palabras recuerdo perfectamente y que reproduzco a menudo ante mis alumnos. Nos dijo: «Un pueblo que se alegra de la muerte violenta de alguien, de cualquiera, es un pueblo condenado a convivir con la violencia durante muchos años».
Está en mi memoria el día en que ETA mató a Carrero Blanco, el entonces presidente del Gobierno de España. Asistíamos a los últimos estertores de la dictadura franquista. Era el 20 de diciembre de 1973. Yo tenía 21 años. Su muerte nos avivó a buena parte de nuestra generación la esperanza de que el tránsito a la democracia estaba más cerca. Era, sin duda, reconocer que su muerte iba a ser buena en sus efectos para el país. En definitiva, la justificación de un medio para conseguir un fin. No hice bien, aquel sentimiento estuvo mal. Es cierto que, pronto, en aquellos años, interioricé e hice mío el rechazo al uso de la violencia en la acción política.
Pocos años más tarde, el 27 de diciembre de 1978, ETA asesinaba en Ondarroa a un amigo de nuestra cuadrilla, José María Arrizabalaga 'Xaxi', miembro de la Comunión Tradicionalista, carlista, y fue enterrado vestido con el uniforme de requeté y con un rosario. Quizá éramos la única cuadrilla de Ondarroa que, aun no compartiendo su ideología, lo aceptamos entre nosotros. Su funeral fue duro. Entonces era tradición que fueran los amigos quienes llevaran a hombros el féretro desde su casa a la iglesia. E hicimos todo el recorrido con el ataúd cubierto con la bandera de España. Justo a la entrada de la iglesia, la quitamos, por respeto al templo. Todos los amigos, 17, escribimos y firmamos una carta para su publicación en los medios de comunicación, condenando aquella acción y dejando clara nuestra posición contraria al uso de la violencia. Hoy no sería novedad, pero situémonos hace 40 años en un pueblo con amplias mayorías de sentimiento nacionalista. Sólo un medio de comunicación, en la sección de cartas de los lectores publicó el texto íntegro. Los demás, también EL CORREO, publicaron una pequeña reseña de su contenido. Y los titulares de aquel tiempo no eran como han sido los últimos años. Nada de «atentado terrorista» o similar. Un simple «Muerto a tiros…» fue el encabezamiento de la noticia.
Realmente, eran otros tiempos, las víctimas no eran reconocidas como tales, y todavía hoy a 'Xaxi' nadie y nunca, que yo sepa, le ha recordado públicamente. Con timidez, pero sin temor, quiero hacerlo en este texto. Aquellos años fueron duros en casi todo el País Vasco. En lugares como Ondarroa se produjeron dos asesinatos de ETA más y cuatro muertes violentas causadas por la 'guerra sucia' del Estado contra ETA; más tarde, hasta hace pocos años, otras personas vinculadas con el nacionalismo moderado y algunos empresarios sufrieron en sus carnes el acoso, el impuesto revolucionario…, o simplemente se les hizo insoportable la vida en el pueblo y optaron por irse. Sería un acto de justicia reparativa que un día en Ondarroa les reconozcamos a todos públicamente como víctimas, a todos, sin excepción. Espero que algún día lo hagamos y declaremos que lo que se hizo estuvo mal. Cada localidad lo puede sentir de una manera diferente, pero espero que, en un futuro cercano, mirándonos a la cara, reconozcamos en nuestra dignidad humana que también en ocasiones es miserable condición que aquello estuvo mal, por lo que hicimos sufrir y sufrimos.
Otro de mis grandes amigos de Ondarroa murió hace diez años. Su mujer había fallecido unos pocos años antes. Uno de sus hijos, miembro de ETA, lleva nueve años preso en cárceles de Francia. Compromiso de amigo, compromiso de familia, mi mujer y yo llevamos estos nueve años visitándole regularmente cada dos meses, a más de mil kilómetros. Esta semana le han acercado a la prisión de Mont-de-Marsan. Le seguiremos visitando hasta que salga. Es nuestro compromiso y lo hacemos convencidos.
Estas dos vivencias me han dado pie al contenido de este texto, y a su título. Creo que son la expresión racional de una reflexión compartida ya por muchos ciudadanos, estamos cerca de las víctimas y al mismo tiempo deseamos que a los presos y a sus familias se les permita acceder a las condiciones acordes a sus derechos.
Debemos y podemos estar cerca de las víctimas, de todas, y se debe reconocer que matar y extorsionar estuvo mal, y que nos ha hecho un daño irreparable. Pero no se puede y no se debe relacionar en modo causa-efecto, que esta cercanía con las víctimas conlleve una suerte de venganza permanente con los presos de ETA y sus familias. Las víctimas son sujetos portadores de derechos y los presos también.
Un país que hace más de cuarenta años no tuvo sentimientos de rechazo por asesinatos realizados en la dictadura y en los primeros años de la transición es un pueblo que ya ha vivido mucho tiempo, demasiado tiempo, condenado a convivir con la violencia. Pero este pueblo tiene derecho a ser perdonado de su violencia, a dejarla atrás, y ya lo ha hecho. Diariamente vamos construyendo nuestro futuro y ahora tenemos derecho a vivir en paz, a que todos reconozcamos que matar estuvo mal, que el odio y la venganza no nos conduce a ningún lugar deseable. Tenemos derecho a mirarnos a la cara con valentía y dignidad; todos convivimos con nuestro pasado, tenemos un futuro y nuestros hijos tienen un gran porvenir, afortunadamente.
No todo el mundo es capaz de pedir perdón, porque en el fondo puede no sentir esa necesidad y quizá no sea imprescindible. Bastará con que seamos capaces de decir «nunca más», bastará con hacer un reconocimiento público del daño causado a unos y a otros, todos víctimas, y en empeñarnos en construir nuestro futuro sobre el reconocimiento del derecho a la vida digna, a los derechos humanos, individuales y sociales, de todos, sin olvidar lo pasado, aprendiendo de él, con voluntad de mirar al futuro con esperanza.
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