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Tres años después del referéndum sobre el Brexit, y en vísperas de las elecciones, Europa gravita bajo la órbita de un fuerte escepticismo, en particular, en el seno de las clases sociales más desfavorecidas, que dudan de si los políticos europeos están capacitados para protegerles, ... pero ¿qué sucede en España? Europa, una entidad política y territorial a la que pertenecemos, sigue estando en el año 2019 más allá de los Pirineos. No importa que nos presentemos volando en 'low cost' en unas horas; está lejos porque la desconocemos, y no me refiero a Nôtre Dame, o a la Puerta de Brandemburgo. Las guerras mundiales a las que no asistimos, el aislamiento que sufrió este país mientras se consolidaba Europa, además de nuestros parlamentarios y los complejos meridionales, no han ayudado a conocerla o a entender que Bruselas es el único lugar dónde las negociaciones entre estados se desarrollan y encuentran cauce.
El presidente Felipe González y su equipo vieron en el año 1985 que nuestra integración para convertirnos en el gran país que somos pasaba por la pertenencia a la Unión Europea, aunque para ello tuviéramos que ser miembros de la OTAN. Necesitábamos entrar mostrando unas credenciales -a mi entender pelín improvisadas- de país serio que asumía el toma y daca de la política negociadora. Desde entonces, ha llovido, ha diluviado, escampado y vuelto a llover y, también desde entonces, Europa, ese gigante enfermo de identidad, merece nuestra reflexión sobre lo que es, y lo que debería de ser, o está llamada a ser.
Nuestros representantes en Europa, no suelen salir en los telediarios, pero poseen una gran capacidad de gestión. Hasta ahora, y según los estudiosos, son elegidos por los partidos para que no molesten en la política nacional, o como un premio a los servicios prestados en el cementerio de los elefantes. No quiero nombrar los ejemplos de las listas actuales y la conveniencia de alejar de la gestión nacional a algunos que las encabezan y que tendrán que negociar para España las normas técnicas y tarifarias con la dulce administración Trump o con los filántropos del equipo Xi Jinping. Lo cierto es que el destino les obligará a ejercer y la propia dinámica institucional les convertirá, si no lo son ya, en verdaderos conocedores de lo que se cuece.
Europa es, o era hasta ahora, una 'maría' que se ha convertido en una asignatura verdaderamente importante. Estamos los españoles, geolocalizados en la cola del continente, y si nos visionamos desde el aire nos hallamos más cerca del continente africano de lo que quisieran algunos. Nuestros jóvenes tiran hacia arriba en busca de un trabajo dignamente remunerado, del mismo modo que lo hacen los que huyen de la hambruna y la desertización. La historia de Europa es bastante desconocida en este país y me temo que tampoco algunos políticos de la supuesta primera fila la conozcan tan bien como para reconocer los movimientos telúricos que la aquejan.
Europa es el primer peldaño de nuestro futuro, entre otras cosas porque allí se legisla, no la política social, que es la que sale en la foto, sino la económica, que lo sostiene, y la exterior, que la hace posible. Por tanto, sería deseable que los candidatos nos explicaran sus planes de futuro y objetivos, que van desde la intención de apoyar una política común a favorecer la desintegración. En ocasiones, parece que los restos de la civilización judeo cristiana que llevamos a la espalda nos hacen pecar porque contamos con la redentora confesión, pero los tiempos que corren necesitan verdad y honestidad. Lo saben muy bien los dirigentes europeos cuando nos avisan de los aires que traen las políticas de emigración o las consecuencias para el planeta por el asumido 'usar y tirar'.
China nos vigila y Estados Unidos mete la zancadilla a la mínima oportunidad, la extrema derecha creciente se opone a políticas inevitables, y los populismos nos venden remedios crecepelos que no necesitan pasar por cirugía. La cháchara política tendría que empezar a hablar de como las políticas sociales están cada vez más del lado de las autonomías y explicar al ciudadano que la mano legislativa del Parlamento europeo llega hasta nuestra cocina. No nos lo han dicho, es más, se ha malcontado, pero el control de los horarios laborales, tan necesario en este país, procede del Parlamento europeo. Lo que me gustaría saber es si los señores parlamentarios de este país van a fichar. A cada palo su vela.
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