Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Bastan unos pocos días de campaña electoral para desear que concluya y llegue la decisión: que los ciudadanos españoles se las apañen como puedan con lo que se les ofrece y que de lo que salga los beneficiarios acierten a extraer un Gobierno que ... dure y dialogue algo, consigo mismo y con la oposición que de las urnas resulte. Demasiados buenos deseos en una sola frase, quizá, para cómo está el patio.
Y, sin embargo, de eso es de lo que se trata, en estas y en todas las elecciones: de formar una mayoría que cuente con un respaldo popular suficiente y que con él desarrolle, o intente desarrollar, un programa coherente y una estrategia a corto y medio plazo, para lo que puede contar con sus propias fuerzas, y también a largo plazo, para lo que en una democracia existe una cierta necesidad de contar con quien pueda reemplazarte.
Nada de esto aparece en los mítines, los debates y -esa es la novedad de esta campaña- las toneladas de memes con que se trata de atraer y capturar nuestro voto, echando las redes en un océano de indecisos que en muchos casos quedan más indecisos aún tras escuchar los argumentarios que se les proponen. Salvo aquellos que por la razón que sea, legítima o no, han decidido que sea la bilis acumulada la que incline el sentido final de su papeleta. Deben de creer los candidatos, guiados por sus asesores y por los datos que hayan comprado a quienes los acopian y venden, que esta es la masa principal de los votantes. La clamorosa ausencia de mensajes positivos, la galvanización de la gente en torno a aquello que nos enfurece o nos debe enfurecer, a cada cual según su sesgo, nos dicen bien a las claras que estamos en una era política que es cualquier cosa menos constructiva. No es la mejor noticia que podemos recibir, pero es lo que hay.
Al rebrote de ese patriotismo sobreactuado y acartonado que tanto ha dañado el sentimiento comunitario de los españoles a lo largo de la historia reciente, excitado por el descarrilamiento de la política catalana, responde el recalentamiento de aquellas pulsiones identitarias y revolucionarias que no menos desastre nos trajeron en el pasado y que vuelven con renovado frenesí. Que los candidatos tengan que dar los mítines protegidos por masas de antidisturbios no es un contratiempo menor, sino una catástrofe democrática que cae primero en el debe de quienes excitan y jalean a las hordas pero al final en el de todos, que hemos recobrado esos modos que tanto nos costó desterrar.
Cuando acabe la campaña y concluya la jornada electoral será la hora de esa ciencia mucho más serena: la aritmética. Lo que de ella salga debería bajar humos y aplacar ardores. Ante la voz del pueblo traducida en escaños, sobran los aspavientos. Cabe temer, tal y como somos, que provoque justo lo contrario.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Noticias recomendadas
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.