Se buscan ingleses

La ministra apuesta en cambio por pedirle al Reino Unido que, a la hora de establecer sus recomendaciones, no considere la incidencia total de España, sino la de cada territorio. De ese modo, la Comunidad Valencia tiene por ejemplo una incidencia acumulada menor que la del Reino Unido. El problema es que el Gobierno inglés puede hacer lo mismo, territorializar a favor de inventario, y en Dorset la incidencia es menor que en la Comunidad Valenciana y los turistas pueden ver allí la playa de Chesil, con las piedritas. La conclusión es que Boris Johnson no tiene prisa por que sus ciudadanos huyan a gastar dinero fuera del país. Y España necesita alimentar su primera industria, que consiste en la recepción de turistas que tienen muchas ganas de gastar dinero fuera de su país.

Potencia exportadora de gente que se pone muy roja con el sol, el Reino Unido tiene ahora mismo a todo el continente aislado en la zona ámbar de sus recomendaciones. Y viajar a zona ámbar implica guardar cuarentena al regreso. De cada cinco turistas que llegan cada año a España, uno es inglés y en el fondo es buen tipo. Pero ahora solo nos queda tenerles mucha fe a los alemanes.

Nos equivocamos con Roman Protasévich. No es un opositor bielorruso, sino un delincuente. El presidente Lukashenko no es por su parte un tirano sino un líder «con las pelotas de acero». Así lo definió Protasévich en una entrevista difundida por la tele estatal en la que no le dejaron un boli a mano para evitar que se lo clavase en el cuello como hizo el martes, mientras lo juzgaban, Stepan Latypov. Antes gritó que amenazaban a su familia si no se declaraba culpable. Como Protásevich no es un opositor, puede que a Latypov solo le gusten las traqueotomías. La otra opción es que en Bielorrusia a los disidentes las confesiones se les extraigan. Fue un clásico soviético. Robert Conquest escribió que durante el Terror en las checas no se interrogaba en busca de la verdad sino para romper la idea de verdad. Sabedores de cómo se conseguía, cuando a los interrogadores les llegaba la purga inesquivable, hacían rápido el gesto de firmar en el aire, anticipando que reconocían todos los delitos que no habían cometido.

Pedro Sánchez y Pere Aragonès hablaron ayer por teléfono durante cuarenta minutos. No se ha visto nada igual desde las cartas aquellas que se cruzaron Kennedy y Kruschev en octubre de 1962 a cuenta de unos misiles, unas invasiones y la Tercera Guerra Mundial. O eso parece, por el bombo. Lo que se dijeron ayer Sánchez y Aragonès es confidencial, pero sabemos algo. Los presidentes quedaron en verse este mes en Madrid. Y ambos coinciden en «la necesidad de ganar definitivamente la batalla al coronavirus». Es lo que distingue a los estadistas: esa capacidad de análisis sobrehumana. Como tras el telefonazo se festeja ya mucho la distensión, yo quiero recordar que Soraya tenía hasta un grupo de 'WhatsApp' con Junqueras y aquello no salió bien. Una vez invitó al líder de Esquerra a Moncloa a dialogar y el independentismo filtró que fue todo «un teatrillo». Lo que sí confirma claramente la llamada de ayer es que es muy buena idea que el presidente del Gobierno no sea yo. A mí me tienes más de cinco minutos al teléfono y, mira, te doy la independencia, los países valencianos y la Liga que ha ganado el Atlético. Pero cuelga de una vez, Pere, por Dios.