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Probablemente el mayor fracaso empresarial español sea la comercialización del aceite de oliva en el mundo. Se trata de un fracaso pertinaz, igual que la sequía, sólo que humano. Se sabe que nuestro aceite, si no es el mejor, está entre los mejores: recientemente, seis ... marcas españolas han conseguido el reconocimiento Elos Olei que, a imagen y semejanza de las estrellas Michelin en la gastronomía, concede una revista italiana a la calidad del aceite. Y es curioso que sea precisamente en Italia donde se reconozca, porque es Italia, o cuando menos exportadores italianos, quienes mayor rendimiento le sacan al aceite de oliva español. Parece que quedan lejos aquellos tiempos en que los valencianos viajaban por Europa con sus naranjas, las vendían y las dejaban prestigiadas para el año siguiente.
Esta realidad, en las que son marcas extranjeras las que capitalizan el nombre de nuestros productos, particularmente del aceite, indigna a los españoles que residen fuera. Y es que son otros los que reciben los honores en las mesas y los que se lucran del valor añadido que proporcionan. Y esto ocurre en todos los lugares donde el poder adquisitivo es alto. Estos días pasados escuché las quejas de residentes en Emiratos Árabes Unidos, en las prósperas ciudades de Abu Dhabi y Dubai, donde trabajan centenares de compatriotas, técnicos de la construcción y el petróleo en su mayor parte. Lamentaban que el éxito de las empresas constructoras españolas no se refleje también en mercados y tiendas de comestibles.
Pero sobre todo es en Estados Unidos donde más chirría la falta de aceite con sello español. Allí el aceite italiano de marca, pero cosechado y producido en España, copa los mercados y goza de un prestigio de calidad bien merecido pero inmerecido en cuanto a su procedencia. Varias veces los gobiernos españoles fueron embaucados por agencias de imagen que desarrollaron campañas sobre el aceite y las aceitunas españoles que fracasaron. Estaban mal enfocadas cuando no rayaban en el ridículo: nunca olvidaré media página en ‘The New York Times’ donde se anunciaban ‘spanish olives’ como el mejor ingrediente para poner como adorno de la pizza. Es evidente que abrirle camino a un producto es difícil, pero aquel intento español fue frustrante y ruinoso a pesar de contar con el argumento de la mejor calidad.
Está ocurriendo lo mismo con el vino. En España se producen buenos caldos según los expertos pero el éxito de cosecheros, bodegueros y enólogos lo echan a perder los responsables de prestigiarlos, darlos a conocer y venderlos, desde gobiernos hasta encargados de promocionarlos y técnicos comerciales. Basta ver en las cartas de los restaurantes, repito, cómo vinos pero tan lejanos y a menudo desconocidos países como Australia, Sudáfrica o Georgia tienen más presencia que los españoles. En Nueva York funcionó durante años en el Chrysler building una oficina denominada ‘Spanish wine’ y no consta que las ventas hayan aumentado.
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