El lío británico
Quizás en lo que deberían empezar a pensar los británicos es en hacer una Constitución que sirva para solucionar problemas, no para crearlos
José María Portillo
Viernes, 22 de marzo 2019, 23:19
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José María Portillo
Viernes, 22 de marzo 2019, 23:19
Reino Unido se ha metido en un charco que parecía un salto y ya le llega el agua por las orejas. A cualquier practicante del 'common sense' no se le escapa que es ahora, y no antes, cuando deberían hacer el referéndum; ahora que saben ... lo que se les viene encima, aunque no es ni mucho menos seguro que no lo volviera a ganar la opción de salida. La pregunta interesante, sobre todo cuando hablamos de un país con una envidiable solidez e historia política, es por qué, qué es lo que empuja a Reino Unido por un camino que solamente puede ser malo o peor.
Creo que parte de la respuesta puede estar en la propia historia constitucional del único país europeo que carece de Constitución tal y como en el resto del continente la entendemos, es decir, un documento normativo, articulado y que funciona como ley fundamental, como la norma de normas a la que todas las demás deben adecuarse. Por supuesto que Reino Unido tiene una Constitución y anterior a la de los países de la Europa continental. De hecho, durante décadas, mientras en Europa señoreaban los monarcas absolutos, Inglaterra representaba la envidia constitucional de muchos ilustrados. Pero es peculiar y todo parece señalar que poco funcional en el siglo XXI.
Esa Constitución inglesa, transmutada luego en británica desde la creación de Reino Unido en 1707, se fundamenta en un principio que, a mi juicio, contribuye a explicar el lío británico que estamos ahora viendo en directo. Es el principio de la supremacía parlamentaria según el cual nada hay entre el cielo y la tierra que pueda oponerse a la voluntad del Parlamento. Eso no quiere decir, al contrario, que no pueda haber autonomía. De hecho, como todos los imperios, el británico se basó en la idea de autonomía a la que le dieron siempre nombres como 'selfgovernment' o 'self rule' que remiten a una capacidad autónoma, en algunos casos prácticamente independiente, para gestionar cada quien sus asuntos. Así funcionaron las colonias inglesas de América del Norte y así funcionan Gales, Irlanda del Norte o Escocia.
Sin embargo, en base precisamente al principio de supremacía, el Parlamento de Westminster siempre ha puesto buen cuidado en realizar las correspondientes reservas al respecto. Así, el Acta de Devolución de Escocia de 1998 advertía (sección 28) que el Parlamento de Reino Unido se reservaba el derecho de legislar sobre cualquier asunto incluido en dicha devolución (es decir, competencias propias). En 2016 se negoció un inciso que dice que no lo hará «normalmente». Hasta ahí puede llegar el principio de supremacía parlamentaria, pero no a admitir que existe para determinados asuntos un poder superior al del Parlamento de Reino Unido ente el cielo y la tierra, concretamente en Escocia.
Ni en Bruselas. Exactamente el mismo problema se le plantea a Reino Unido con las leyes europeas que establecen una soberanía europea que se superpone a la de su propio Parlamento. Ya en el ingreso de Reino Unido en 1974 se plantearon objeciones al respecto, pero ha sido en época de medidas severas decididas por la UE debido al contexto de crisis económica, que se ha revelado en toda su crudeza el límite claro que la Constitución británica encuentra a cualquier posibilidad de cesión de soberanía, hacia arriba o hacia abajo.
Un reciente libro publicado en Estados Unidos bajo el título significativo de 'The Royalist Revolution', hablando de la suya, la de independencia, demuestra que la retórica de los colonos americanos se dirigió más contra la supremacía parlamentaria que contra la monarquía. Personajes como John Adams o Thomas Jefferson entendieron que la práctica política británica era un peligro para su libertad porque estaba descompensada en favor del Parlamento, lo que no solamente favorecía la corrupción sino que podía terminar en una tiranía parlamentaria.
Reino Unido tradicionalmente trató de solucionar los problemas derivados de ese rasgo constitucional a cañonazos, como todos. En algunos lugares –la mayoría– pudo, pero en otros, como en América del Norte o Irlanda, no. Hoy en día los trata de solventar de la única manera posible alternativa al envío de cascas rojas, mediante referéndums. No es una virtud –como suelen argumentar los 'indepes' catalanes– sino un defecto constitucional: hacen referéndums porque su modelo constitucional no puede integrar una autonomía basada en compartir la soberanía, es decir, en crear espacios sobre los que el Parlamento de Reino Unido no se reserva el derecho de legislar. Y es mala solución, como venimos viendo desde el referéndum escocés de 2014, porque es una ruleta rusa. Se libraron de la bala en el primer disparo, pero al segundo, el del 'Brexit', les ha dado de lleno. Quizás en lo que deberían empezar a pensar los británicos es en atender cien años después a Jeremy Bentham y hacer una Constitución que sirva para solucionar problemas, no para crearlos.
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