Biarritz, un G-7 cercano
Eduardo Mozo de Rosales | Secretario general-director de la Cámara de Comercio e Industria de Álava ·
eduardo mozo de rosales
Viernes, 23 de agosto 2019, 00:21
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Eduardo Mozo de Rosales | Secretario general-director de la Cámara de Comercio e Industria de Álava ·
eduardo mozo de rosales
Viernes, 23 de agosto 2019, 00:21
Biarritz recuerda en su escudo su origen de población ballenera y debe su fama a Víctor Hugo, quien la descubrió, para que luego la nobleza europea disfrutara de los baños de mar. En esa onda y en 1854 la emperatriz Eugenia, esposa de Napoleón III, ... hizo construir un palacio en la playa, el hotel du Palais. Con la apertura de su casino en 1901, Biarritz entró a formar parte del circuito de ilustres ciudades balneario de la Europa de principios del siglo XIX, que representa los orígenes del veraneo actual. Ya en 1957, Peter Viertel, esposo de la actriz Deborah Kerr, fue el primero en deslizarse por sus olas, para convertirla en la referencia del surf en Europa.
Biarritz nos queda cerca y siempre ha tenido un aroma cosmopolita y chic; un lugar de escapada y cambio fácil, que huele a moda de París, verano y surf. Pero, además, este agosto entra en la selecta liga de ciudades anfitrionas del grupo G-7, con toda la organización y gestión de la seguridad que supone. El grupo se creó en 1973 para gestionar la crisis del petróleo, con las siete potencias de la época, cuyos líderes acudirán a la cita de la ciudad gala: EE UU, Alemania, Canadá, Japón, Italia, Francia y Reino Unido, a los que se une la representación de la UE. Suponen el 40% de la riqueza y el 11% de la población. Además, los presidentes de España y Chile acuden invitados.
Pero desde 1973 el mundo ha cambiado y por ello en 2008 y para afrontar otra gran crisis, la financiera, se creó el G-20, que representa el 85% de la riqueza y dos tercios de la población, añadiendo a la lista anterior de participantes a Arabia Saudita, Argentina, Australia, Brasil, China, Corea del Sur, India e Indonesia, México, Rusia, Sudáfrica y Turquía. España suele figurar con estatus de invitado permanente. China, excluido de la OMC, no participa del G-7, y Rusia estuvo invitado, pero fue despachado tras la anexión de Crimea.
En el periodo 2009-2014 los países del G-7 crecieron un 1,8%, mientras que Asia lo hacía al 8%. Este contraste entre miembros y cifras del G-7 y G-20 nos enfrenta con la realidad de un mundo en cambio, que en términos globales reduce la pobreza y en el que las potencias demográficas son ya potencias económicas porque la población y el PIB tienden a equilibrarse. Pero las clases medias de Occidente, los países del G-7, se sienten perjudicadas, y de hecho lo son y ahí debemos buscar el germen del populismo.
En la última reunión del G-7 en 2018 en Canadá, se acordó luchar contra el proteccionismo comercial y reformar la OMC, al tiempo que se criticaba la acción exterior de Rusia. No ha habido grandes logros. En cuanto al proteccionismo, ahí está la guerra comercial China-Estados Unidos, que pasa factura a la economía europea, que se detiene. La reforma de la OMC, por cierto con sede en París, sólo depende de lo anterior.
El G-7 mantiene su actitud crítica con Rusia, pero no parece que ello afecte mucho a Putin, por otra parte buen conocedor de Biarritz, donde precisamente se encontraba, hace veinte años, veraneando con su familia en un hotel modesto, cuando fue visitado por la nueva clase dirigente de su país para proponerle relevar a Yeltsin, como candidato a la presidencia de Rusia. Putin argumentó su falta de perfil, pero le convencieron porque probablemente, en un claro error de análisis, le buscaban precisamente por eso. Veinte años más tarde, tras destruir a sus mentores de un plumazo, ha restaurado para los suyos el aroma de potencia imperial rusa, aunque sin peso económico, y sigue manteniendo un alto índice de popularidad, con una creciente pero desunida oposición.
Se supone que los presidentes de ambos grupos, G-7 y G-20, Macron y Abe, coordinan sus objetivos y este año el premier y anfitrión francés, sensibilizado con la crisis de los chalecos amarillos, plantea, como objetivo del G-7, debatir y luchar contra la falta de igualdad en su más amplio sentido, quizás una paradoja, y para ello moviliza a 4.000 participantes de 24 delegaciones internacionales.
Pero el verano ha venido cargado de tensiones internacionales con efectos negativos como la guerra comercial, que ha detenido la economía europea y asustado a las bolsas, y China abaratando su moneda para vender más y compensar los aranceles americanos. El Gobierno de Pekín advierte también a los jóvenes de Hong-Kong que van a pagar si siguen jugando con fuego. A ello hay que sumar la complejidad de las elecciones en Latinoamérica y el recurso de Pakistán contra India en las instituciones internacionales por Cachemira, sin olvidar la tensión al alza en Irán y la crisis de inmigrantes en el Mediterráneo. Queda además el culebrón del Brexit alargándose con un nuevo actor británico a cargo, que parece sintonizar con Trump.
Con todo este lío no sé si va haber karma para dialogar sobre la falta de igualdad, otra paradoja, de la que también quieren hablar los alternativos al G-7, al que niegan legitimidad. Concentrados en Hendaya e Irún, impulsan una contracumbre.
Volviendo a Biarritz, se han cumplido ya 60 años del desembarco del surf americano en Europa, que se produjo cuando el equipo de rodaje de la película 'Fiesta', basada en la novela de Hemingway, pasó por allí. Entre ellos, Dick Zanuck, californiano adicto al surf, que comprendió el potencial de la ola biarrota y mandó traer desde California su tabla. La plancha llegó tarde, pero su amigo Peter Viertel la recogió, para ser el primer californiano cabalgando la ola, convirtiendo a Biarritz en cuna del surf europeo.
En fin, prepárense estos días para una frontera blindada, porque al despliegue alternativo propio de estos eventos seguro que aportaremos algo de ciencia local. No sé qué día hará el 25. La previsión es buena y la pleamar será a las doce. Puedo imaginar la magnífica playa, grande plage, de Biarritz en pleno mediodía, con un sol radiante, pero reducida a la mitad por la marea alta, en una estampa insólita de glamour y tensión, alejada del habitual ir y venir de las fuertes olas.
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