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Batalla en noviembre
Furgón de cola ·
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Furgón de cola ·
El Gobierno vasco adelanta el toque de queda y cierra los bares y restaurantes del paísLlevamos ya nuestros meses de pandemia, esperando entre otras cosas a que se celebren reuniones en las que se toman decisiones que afectan a nuestras vidas de un modo directo e inmediato y siguiendo las comparecencias en las que esas decisiones se nos trasladan a ... continuación. Lo digo porque yo creo que ya hemos desarrollado una especie de sexto sentido sutilísimo y pandémico. Un ejemplo: veías ayer entrar a los abundantes miembros del consejo asesor del LABI en Ajuria Enea y te lo decías: «No tienen buena cara».
Bueno, como para tenerla. Con todos los datos sobre la mesa y tras evaluar cómo han funcionado las medidas adoptadas hace diez días, el LABI concluye que la transmisión del virus es «creciente y preocupante». Así lo dijo el lehendakari, añadiendo la clave que nos resulta familiar: hay «una amenaza en ciernes de saturación hospitalaria».
Conclusión: se adelanta una hora el toque de queda y se cierran todos los bares y restaurantes del país. Otra forma de verlo es que se salva la actividad comercial en una partida de ajedrez contra el virus en la que nuestras fichas tienen una posición pésima y en la que todo parece apuntar a nuestra derrota, o sea, al confinamiento domiciliario. El sector de la hostelería ya se mantenía a flote a duras penas y el golpe ahora será muy duro. Sesenta mil personas trabajan en los bares y restaurantes del País Vasco.
El problema es que la posibilidad de que los hospitales colapsen es aun peor. Acertó Urkullu al reservar la última parte de su intervención para plantearlo sin ambages: o la sociedad se corresponsabiliza de restringir todo lo posible la movilidad y de evitar los contactos innecesarios o «estamos condenados al confinamiento».
El Gobierno vasco evaluará las restricciones cada quince días, aunque el lehendakari aclaró que se piensa en que funcionen «por lo menos en noviembre». Siempre es bueno poder aferrarse a un plazo. Y debería tomarse el mes como un campo de batalla en el que situar un gran esfuerzo colectivo para tratar de recuperarle terreno al virus y obtener de una vez algunas victorias. Aligerar los hospitales, claro. Pero también abrir las máximas persianas posibles y conservar la libertad, no menor, de poder salir de casa a pasear.
VACUNAS
Insisten los expertos en que el coronavirus no es un suceso aislado y en que hay que prepararse para nuevas pandemias. Yo creo que a la quinta o sexta, cuando empecemos a cogerle el truquillo, terminaremos produciendo legislación. Pues va una idea: a los políticos debería prohibírseles hablar de vacunas como se les prohíbe inaugurar cosas cuando se acercan las elecciones. En septiembre, Pedro Sánchez y Salvador Illa aseguraron que en diciembre teníamos vacuna contra el Covid. Cuando se le preguntó al presidente si estaba seguro, dijo que «no una, sino dos». Bueno, ayer Sánchez anunció que la campaña de vacunación «podría» llegar en mayo. Lo hizo un día después de que el ministro Illa dijese que a más tardar la vacuna está aquí en enero. El ciudadano medio asiste a estas cosas entre ajeno y resignado. Son anuncios que no tranquilizan. Al contrario, te hacen pensar en que ojalá llegue la vacuna antes que el TAV.
TRUMP
Parece que el miércoles Trump llamó fuera de sí a Rupert Murdoch para quejarse por el trato de Fox y exigirle que no le atribuyesen a Biden la victoria en Arizona. Murdoch le ignoró. Si la pérdida de su gran apoyo mediático no es el final para Trump, tampoco está mal lo de Twitter: no dejan de marcar como «engañosos» sus tuits sobre las elecciones. Se imagina uno al presidente un poco como el Napoleón de Delaroche en Fontainebleau, solo que con más cosas por el suelo: el móvil, el mando de la tele, un 'bucket' de alitas sin tocar.
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