
Uno atiende a la mayoría de las cosas en segundo plano, como es lógico, por una simple cuestión de rendimiento neuronal. Conviene que el pensamiento se emplee a fondo en lo importante (prejuicios, juegos de palabras, gusanos auditivos) mientras del resto de los asuntos, o sea, de la mayor parte de ellos, se encarga el departamento de continuidad, la segunda unidad: el coche escoba del subconsciente.
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Es justo a esa trastienda adonde iba directo ese sintagma, «hacer país», que comenzó a sonar hace años en la tele y en las radios, cuando hablaban, enfáticos como suelen, los políticos locales. La expresión, tan abstracta, iba directa al trastero subliminal. Y afloraba después con cierta frecuencia cuando salías a la calle y reparabas en el asfaltado, las rotondas, los andamios, los rascacielos, el metro, los carteles. «Pero si el país está hechísimo», te decías entonces. «Aquí ya casi no cabe nada más».
Entendiendo que la pulsión creadora es siempre prestigiosa, lo que le conviene al país no es tanto que lo hagan todo el rato, como que alguien se encargue de mantenerlo. Esto no es sencillo porque el país es extenso, aunque tampoco es Kazajistán, y es, sobre todo, complicado. Cualquiera entiende a efectos de mantenimiento la necesidad de que los puentes se tengan en pie y los funiculares cuelguen de las estructuras más fiables, pero el margen del accidente se reduce hasta lo mínimo, casi hasta lo ridículo. Por ejemplo, esa baldosa rota que detectamos en la acera y evitamos con un saltito, pensando en que puede hacerse daño quien pise y tenga mala suerte: la distancia entre el cómico traspiés y la quíntuple fractura responde con frecuencia al puro azar.
También la muerte. Y la responsabilidad de la Administración puede volverse entonces decisiva. Por ejemplo, cuando un ciclista pilla un bache en una carretera descendente y termina dejándose la vida en el asfalto. Ocurrió en 2015 en una carretera de Ugao-Miraballes y el Tribunal Superior de Justicia condena ahora a la Diputación a indemnizar a los familiares del ciclista fallecido con 200.000 euros. La sentencia restablece la credibilidad del atestado policial y la responsabilidad de la Administración respecto al estado de la vía. Es otra forma de decir que, de no haber estado ese bache ahí, este drama no estaría aquí.
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