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Lou Reed. EFE
La aventura

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Lo más cerca del camino por el lado salvaje al que he llegado ha sido tararear la canción de Lou Reed

Domingo, 28 de octubre 2018, 01:22

No me refiero a la película de Antonioni con ese título, que los deberes cinéfilos ya los hice de joven y estoy exento. Me refiero a la aventura de verdad, la que llevan a cabo, con riesgo de sus vidas, personas que han elegido apurar al máximo la audacia, la incertidumbre y la dificultad que conlleva la circulación por el mundo más inseguro y sus conflictos. A mí, que lo más cerca del camino por el lado salvaje a que he llegado ha sido tararear la canción de Lou Reed y lo más peligroso que he hecho ha sido volar con Ryanair y leer ladrillos letales, me fascinan las grandes aventuras y los que las han protagonizado, en la ficción y quizá todavía más en la historia.

Me pasa como a mi amigo Javier Reverte: no me gusta lo militar y sus parafernalias (recuerdo con fastidio la tonta instrucción y jugar a los desfiles durante el campamento de la mili) y soy antibelicista. Sin embargo, igual que a Javier, me hace vibrar una épica carga de caballería en el cine o en la literatura ('El húsar', de Pérez Reverte) y me he pasado horas y horas absorto y con la imaginación desbocada en el Museo Imperial de la Guerra de Londres, en el de la Guerra Patriótica de Moscú o en el del Ejército cuando estaba en Madrid. Y si pudiera elegir un momento de la historia para haberlo vivido, creo que escogería entrar en París con los republicanos españoles de la División Leclerc durante la Segunda Guerra Mundial.

Por todo ello, estoy disfrutando más que Lope de Aguirre en plena alucinación megalómana cuando rompió con el Rey gracias a la lectura del libro 'Héroes, aventureros y cobardes', de Jacinto Antón. A través de sus artículos he hostigado al Afrika Korps con el Long Range Desert Group, los Escorpiones del Desierto ingleses (los mismos que dibujó Hugo Pratt); he atacado Áqaba desde el imposible interior, en pos de Lawrence de Arabia; he surtido de munición con mano temblorosa el rifle de Kenneth Anderson a la caza de un tigre antropófago; he volado con precisión un cuartel de la Gestapo desde un cazabombardero Typhoon; he descubierto las fuentes del Nilo en el lago Victoria a la vez que John Speke; he visto cabalgar a Alejandro a lomos de Bucéfalo en la batalla de Gaugamela; he marchado con la legión Augusta por bosques umbríos más allá de la frontera del Rin; he caído en unas inapelables arenas movedizas con Rodolfo Fierro, odiado lugarteniente de Pancho Villa; he presenciado la muerte tumultuosa de Custer en Little Bighorn; he profanado la tumba de Tutankamón con Howard Carter, y me he hecho a mi vez acreedor de la maldición faraónica; y he sucumbido ante la belleza y el valor de Alexine Tinne, llamada la sultana rubia, primera exploradora del Sahara. Y es que, tomo prestado el título de una floja pero divertida película de Claude Lelouch, 'La aventura es la aventura'.

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