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La llamada Revolución Bolivariana que durante algún tiempo protagonizó la política latinoamericana y entusiasmó en ámbitos de la izquierda intelectual agota sus últimos días. Nació y evolucionó en torno al petróleo venezolano y el caudillaje de Hugo Chávez, pero nada parece ya detener su final. ... La situación en Venezuela, la más desastrosa que se vive en el Continente, es el ejemplo más elocuente del fracaso de una política inspirada en veleidades y nunca en realidades.
Ecuador fue el primero de los seguidores del chavismo que desertó. La elección de Lenin Moreno para sustituir a Rafael Correa inició la desbandada. Correa está evadido de la Justicia que le reclama para ajustar cuentas sobre los desmanes cometidos en los años en que ejerció el poder y Ecuador recupera la normalidad democrática. Moreno estuvo comprometido con la Revolución Bolivariana hasta que se dio cuenta de que era una utopía.
En Bolivia, Evo Morales también se fue apartando de las ideas del chavismo y es el único de los líderes que continúa sobreviviendo a la experiencia. El que más se resistió fue Daniel Ortega, el líder sandinista que jugaba en Nicaragua con todos los recursos para perpetuarse en la presidencia, compartida para mayor escarnio de la imagen pública con su mujer Rosario Murillo. Ortega, a quien parece haberle llegado la hora, se despide perpetuando la tradición del traidor.
Llegó al poder derrocando al dictador Somoza, con el plausible argumento de devolverle la libertad al pueblo y, lejos de hacerlo, lo que hizo fue asumir su herencia autoritaria y represiva con tal de imitarle perpetuándose en el cargo. Una imparable revuelta popular, que sus matones están reprimiendo sin contemplaciones, amenaza con precipitar su caída, pero no sin antes dejar el recuerdo de un baño de sangre con 300 víctimas.
Detrás del chavismo y de sus iniciativas bolivarianas ha estado siempre el castrismo. Venezuela contribuía con su crudo a mantener el régimen cubano y la Habana ejercía de motor de la revolución. Pero también en Cuba las cosas están cambiando, de manera lenta y sigilosa, pero imparable. Desde la retirada de Fidel Castro y el acceso y renuncia a medias de su hermano, el anacronismo comunista aislado ha entrado en liquidación.
El nuevo presidente, Díaz Canel, parece estarse moviendo con mucha prudencia, pero sin descanso, para impulsar un cambio progresivo hacia estructuras de libre mercado. Estos días se ha filtrado que el borrador de la Constitución que se está elaborando no incluye al comunismo como guía del Estado y reconoce el derecho a la propiedad privada.
El hecho de que el propio Raúl Castro, que mantiene las riendas ideológicas como secretario general del Partido, esté al frente de la comisión encargada de redactar la nueva Carta Magna, es la mejor garantía de que el cambio en Cuba está en marcha y, de rebote, que la Revolución Bolivariana, por mucho que Maduro lo niegue, está pasando a la historia aunque no así sus desastres.
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