La convulsa situación política que vive Ecuador tras la presidencia de Correa y la llegada al poder de Lenin Moreno ha generado un panorama en el que Julián Assange puede ver cómo se cierra el ciclo y la protección de la que disfruta en la ... embajada ecuatoriana en Londres desde 2012. El actual Gobierno del país andino se está esmerando en el desmantelamiento de todo lo realizado por Correa. La amplia victoria en la consulta ciudadana de febrero de 2018 y la reciente aprobación de una ley económica profundizando el pragmatismo y la ortodoxia en la economía, que venía advirtiéndose desde 2014, han fortalecido a un Lenin Moreno cuya popularidad cae en las encuestas de opinión. De ahí la imputación del anterior presidente por el fiscal general, Edwin Paúl Pérez Reina, acusándole del secuestro del opositor de derechas y antiguo miembro de su administración Fernando Balda, ocurrido en Colombia en agosto de 2012. La finalidad última de esta iniciativa es la de aniquilar política y judicialmente a Correa y a todos los actores principales del proceso de cambio de la década anterior. Claro que la situación actual probablemente derivará hacia la suspensión indefinida del juicio y al consiguiente asilo político en Bélgica, donde Correa reside en la actualidad.
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Y es en esta coyuntura donde la vida de Julián Assange puede dar un vuelco si es entregado a las autoridades británicas. El editor y periodista más influyente de la última década y su organización, WikiLeaks, han publicado más información secreta (cláusulas de tratados comerciales, vigilancia ilegal masiva, ataques contra civiles, torturas y asesinatos cometidos por los gobiernos de EE UU y otros países) que todos los demás medios de prensa combinados. Así lo reflejan los 'Registros de las guerras de Irak y Afganistán', dos series conformadas por cientos de miles de informes militares de EE UU detallando la muerte indiscriminada de civiles durante la invasión y ocupación de dichos países. Y es ahora cuando debemos recordar que, al margen de las simpatías o antipatías que nos genere el personaje, la feroz persecución que padece se debe a su decisión de dar a conocer y divulgar en todo el mundo miles de documentos que recogen todas estas miserias. Documentos cuya trascendencia se ha minusvalorado en gran parte debido a las presiones de quien protagoniza los mismos en ambos países. Claro que, asimismo, no está de más desempolvar la implicación y los pucherazos del Comité Nacional del Partido Demócrata estadounidense para reventar la campaña de Bernie Sanders en las primarias de las presidenciales de 2016. Como se suele decir, aquí hay para todos.
¿Por qué ahora y no en otro momento? Por las presiones que sufre el Gobierno ecuatoriano por unos EE UU con los que negocia un tratado comercial y la reapertura de una base militar norteamericana cerrada por Correa, y por la desaparición de su más firme defensora, la exministra de Exteriores María Fernanda Espinosa (ahora presidenta de la Asamblea General de la ONU). Y todo ello, a pesar de que recientemente se le concedió la nacionalidad ecuatoriana. El riesgo de ser detenido por las autoridades británicas, para posteriormente extraditarlo al país norteamericano, ha aumentado de forma exponencial. EE UU no va a cejar en su empeño porque la documentación filtrada tanto por Assange como por Snowden ha retratado el comportamiento criminal global de la potencia norteamericana y la existencia de un 'big brother' que la controla y dirige. Por eso los desprestigia continuamente, para convertirlos en bellacos desleales a los ojos de la opinión pública. La acusación de violación, desenmascarada en mayo de 2017, es un claro ejemplo de ello. Los mismos medios que comenzaron publicando las revelaciones de Assange y su red ('El País', 'Der Spiegel', 'Le Monde', 'The Guardian', etc.) participan hoy en la campaña de acoso y derribo.
En poco tiempo puede cumplirse el plan para destruir a Assange y a WikiLeaks elaborado en 2008 por la Contrainteligencia Cibernética del Departamento de Defensa estadounidense y que avalan declaraciones como las del director de la CIA y posteriormente secretario de Estado, Mike Pompeo, (calificando a WikiLeaks como «servicio de inteligencia no gubernamental hostil»), el fiscal general de EE UU, Jeff Sessions, («su castigo es una prioridad»), el exvicepresidente Joe Biden (tildándole de «ciberterrorista») o la imprecación de Hilary Clinton («¿no podríamos simplemente matarlo con un dron?»). Asimismo, las declaraciones de Rafael Correa en mayo incidían en que los días de Assange están contados porque el nuevo presidente lo expulsará de la embajada por la presión estadounidense, y las de Lenin Moreno al asumir la presidencia ante una cuestión que le causa más inconvenientes de los que quiere afrontar. El desenlace del asunto podría no estar lejano y, de no mediar algún acontecimiento imprevisto, probablemente se resuelva en contra de quien ha recibido numerosos premios internacionales por su labor de divulgación orientada al derecho a la información de la ciudadanía.
Julián Assange no ha cometido ningún crimen, pero su tiempo se agota. En el mejor de los casos podría terminar en Rusia, Cuba o Venezuela, y en el peor, en EE UU. El caso Assange forma parte de lo que está padeciendo el anterior presidente ecuatoriano, y que trasciende las fronteras del país, y que no es otra cosa que un cambio de escenario político en América Latina donde el protagonismo de las viejas y nuevas derechas, la crisis de países como Nicaragua y Venezuela y la acometida judicial contra varios dirigentes de la década pasada (Rafael Correa, Ecuador; Cristina Fernández de Kirchner, Argentina; Luiz Inácio Lula Da Silva y Dilma Rousseff, Brasil; etc.) así lo manifiestan. La crucifixión del creador de WikiLeaks es una cuestión de tiempo.
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