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Pedro Sánchez llegó a la Moncloa cuando lo tenía todo en contra. Lo hizo recorriendo incansablemente España en su coche, durmiendo en casas de compañeros de partido que no aceptaban el ordeno y mando de Susana Díaz. Con ningún viento a favor. Aquello pertenece ya ... a la leyenda y es de suponer que el automóvil de la gesta quedará expuesto en algún museo del Tesón. Ahora Sánchez ha emprendido un peregrinaje igual de exhaustivo. Solo que en avión y por todos los rincones del planeta. Una peregrinación internacional, vitamínica, que culmina hoy en un encuentro con el todopoderoso Xi Jiping en China.
Atrás quedaron los tiempos de persecución a Joe Biden por los pasillos. El presidente español se reúne con el líder asiático con la guerra de Ucrania de fondo y el plan mediador de China sobre la mesa. Asistirá al Foro Económico de Boao, el simil asiático al foro de Davos. Viene de la cumbre Iberoamericana, se acaba de reunir en Bruselas con el primer ministro belga y con el canciller alemán y próximamente se prevé que vaya a Italia, Malta y Chipre. Un azogue viajero para recalcar la importancia internacional de Pedro Sánchez, y de España.
El 1 de julio comenzará la presidencia española de la UE y el jefe de gobierno español la quiere afrontar como un consumado líder que maneja a la perfección las cuerdas de la Unión. Le criticaron desde la parte morada de su gobierno la querencia por Davos. Un lugar agusanado. No en vano situó allí Thomas Mann «La montaña mágica» y su colección de inolvidables tísicos. Gente con cavernas en los pulmones en la novela, y millonarios con grietas en el corazón, según Podemos. Todo por la patria. Y si hay rédito electoral, qué le vamos a hacer. Sánchez quiere dejar claro cuál es su lugar en el mundo. Ese ir y venir deja el recuerdo de la moción de censura de Vox como un episodio de casino de pueblo. Su estatura es esta. La que hoy se codea con Xi Jiping y pasado mañana estará al frente de la Unión Europea.
Su antepasado Felipe González se labró un prestigio internacional también a base de kilómetros. Desde sus tiempos de Isidoro y su coche rodando por Francia, a los vuelos en helicóptero con el heterodoxo Torrijos. La velocidad deja atrás el ruido. Los gruñidos de Belarra y Montero y el incómodo runrún de Feijóo. Y naturalmente otras incomodidades menores. Tito Berni, el Chocho Volador, el malestar de los barones. La basura doméstica. Algo menor para quien se proyecta hacia el mundo. Lástima que la velocidad sea capaz dejar atrás el sonido pero no pueda hacer lo mismo con los malos olores que salen de debajo de la alfombra. Ni siquiera de una alfombra voladora.
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