La descalificación mutua entre competidores políticos supone una falta de respeto hacia la ciudadanía. El barrizal dialéctico político al que asistimos deriva en el estéril espectáculo de la simple confrontación y en la ausencia de un verdadero debate de ideas y proyectos. Los poco edificantes ... discursos (tan maniqueos como simplistas), los enfrentamientos y exabruptos que están caracterizando con frecuencia este 'nuevo' tiempo político, incluso en sede parlamentaria, parecen marcar una tendencia, tan penosa como irresponsable, hacia la teatralización, la escenificación y la priorización de las emociones sobre la razón y la argumentación. A falta de discurso, a falta de valores como la búsqueda del acuerdo y la concordia, la propuesta es apelar a la épica y a la bronca como argumento.
Publicidad
No es cuestión, solo, de buena o de mala de educación. El respeto debe presidir las relaciones entre quienes nos representan. Si no es así, si quienes deben aportar ejemplo muestran la vía del enfrentamiento, del desprecio y de la exclusión como cauce de expresión de sus ideas políticas, ¿qué cabrá esperar de nosotros, de la ciudadanía? Resulta muy fácil encender la chispa de la crispación, pero muy difícil, en cambio, parar a tiempo esa espiral de descalificaciones que parece asemejarse cada vez más a una suerte de matonismo político.
La falta de comunicación y de interacción entre los representantes políticos revela su incapacidad para alcanzar consensos. No se trata de que todos estén de acuerdo en todo, por supuesto, pero el pluralismo político no puede convertirse en un trato despectivo y excluyente. La permanente descalificación del adversario político, de sus proyectos y de las personas que los exponen pone en realidad de manifiesto que quienes recurren a esas tácticas dialécticas no están, en el fondo, convencidos del valor de sus convicciones.
La ciudadanía solo recuperará la confianza en sus instituciones si construimos una nueva cultura política. Hay una necesidad social que parece ir en dirección contraria a la lógica de la crispación y la bronca permanente, concretada en que en lugar de acentuar lo que distingue y separa a las formaciones políticas éstas se pongan de acuerdo para tratar de encontrar puntos de encuentro respecto a cuestiones troncales para la convivencia, la paz social y el fortalecimiento de los derechos y libertades sociales y políticos.
Para ello hay que intentar superar esta perversa dinámica que pretende orillar las identidades políticas múltiples y las intenta subsumir en una lógica de tipo binaria de simple y rápida comprensión que se intenta extender también a nosotros, convertidos en una ciudadanía 'tribalizada' en atención a la opción política a la que cada miembro de la misma haya votado, y a la que parece pretender negar la posibilidad de huir de adhesiones inquebrantables o de seguidismos acríticos ajenos al pluralismo democrático.
Publicidad
Todo ello pasa por superar inercias frentistas y admitir el respeto a la diferencia, a la existencia de identidades plurales, a heterogéneos sentimientos de pertenencia. La nueva política que debe brotar tras la catarsis provocada por esta conjunción de crisis política y de valores debe basarse en la personalización, en la valoración de las propiedades personales de quienes practican la política.
Una coherencia vital e ideológica entre su discurso y su actuación profesional y vital será más valorada socialmente que la brillantez o la épica de su discurso como político o gestor público. La ejemplaridad, la honestidad, su competencia personal y profesional y la confianza que despierte el político serán claves en términos de adhesión ciudadana a su proyecto político. Buscar la bronca permanente, la descalificación y la crispación continua, jugar a la adhesión o al odio como únicas opciones, «ser o de los míos o mi enemigo» parece poder conferir, en apariencia, ciertos réditos electorales, pero en realidad se acaba volviendo en contra de quien exhibe este tipo de dialéctica política.
Publicidad
En política, tan importante como alcanzar acuerdos y consensos es saber cómo gestionar el desacuerdo, cómo diseñar una estrategia que permita avanzar pese a puntuales discrepancias pero sin bloqueos. Es una obviedad, pero también conviene recordarlo: no es posible negociar ni llegar a acuerdos si una de las partes se encierra en sí misma. Frente a esta visión excluyente y maniquea de la política, ahora, más que nunca, hace falta liderazgo, capacidad de prospección para gobernar el futuro, manejar con acierto el complejo panorama presente y equipos dirigentes que crean de verdad en los consensos con el diferente.
La política, sea vasca o de otro territorio, demanda hoy más que nunca templanza, ausencia de estridencia, sentido de la responsabilidad y profesionalidad, buscar puntos de encuentro y no de disputa, aportar a la sociedad dosis de confianza y no de zozobra y de enfrentamiento, trabajar por la cohesión social y no por la ruptura, cooperar, construir puentes, no diques. El valor de la política reside en que simboliza la apuesta colectiva de los ciudadanos como forma de garantizar un futuro. Solo así podrá la política recuperar buena parte del prestigio perdido.
Accede todo un mes por solo 0,99€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
A la venta los vuelos de Santander a Ibiza, que aumentan este verano
El Diario Montañés
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.