Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
El fútbol tiene un problema. Y su negligencia pavorosa a la hora de abordarlo está empezando a hacernos pensar a muchos que es un problema en sí mismo, de alcance nada despreciable, dada la continua y desmedida visibilidad que su condición de negocio planetario le ... otorga. El incidente con el jugador maliense Marega en un partido de la liga portuguesa no es más que el enésimo ejemplo, y no sucede en una galaxia muy lejana: lo que le pasó en un campo portugués bien podría haberle pasado en otro campo europeo, incluidos los españoles. La única diferencia fue el arrebato de dignidad del jugador, que se negó a soportar que por ser de raza negra le tildaran de macaco y de chimpancé y, ante la pasividad cobarde del árbitro, que llegó al extremo de amonestarle a él por protestar, agarró y se largó del campo.
Es lo que deberían hacer todos los jugadores negros a los que presuntos 'homo sapiens sapiens' como ellos se permiten el alarde estulto de despreciar a voces en los estadios; y también los que reciben insultos masivos por cualquier otra razón, ya sea su estatura, sus orejas, el color de pelo o su origen o ideas. Es intolerable que se permita, domingo sí y domingo también, esa regresión entusiasta a la barbarie en los estadios de fútbol, y más cuando muchos de ellos han sido regados con millones de dinero público -y algunos, levantados enteramente con euros del erario, ante la insolvencia o racanería de la empresa que en ellos realiza la explotación de su industria particular-. Si los que gestionan la competición no pueden o no saben o -como parece- no quieren evitarlo, álcense de una vez los aludidos, a ver si así la autoridad incompetente y complaciente toma por fin cartas en el asunto y domestica a los energúmenos.
Que el fútbol sea la ocasión para que hordas de vándalos tengan que atravesar las ciudades escoltados por furgones de policía mientras profieren insultos contra sus habitantes, sin que ningún agente se lo afee siquiera, o para que en las paredes se pinten mensajes de odio, ni es normal ni es ya una anécdota. Algo hay muy podrido en el corazón de ese juego y de la rivalidad que genera, y esa podredumbre corre el riesgo de contagiarse.
Hay quien dice que estos insultos y desmanes sólo son la expresión de una sociedad enferma, y nada tienen que ver con el inocente deporte que los cobija. Cabe dudarlo. Sin ir más lejos, ¿cuántas veces hemos visto que en una obra de teatro o en un concierto se profieran insultos racistas contra un artista negro, guste o no su interpretación? Pues eso.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.