Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
No hace falta ser Nostradamus para vaticinar que el nuevo año que acabamos de estrenar será un año electoral definido por alianzas e intereses cambiantes y estratégicos. Y no me refiero solo a Euskadi, en donde hace ya tiempo se viene anunciando un «cambio de ... paradigma» en la tradicional conformación de mayorías de gobierno que habrá que ver finalmente en qué queda, a la luz de los resultados que arrojen las urnas, cuando quiera que seamos convocados a ellas.
A lo largo de 2024 habrá elecciones en más de 70 países (76, para ser exactos), cuya población representa en total más de la mitad de la población mundial. Haciendo un cálculo aproximado, cerca de 4.000 millones de personas estarán llamadas a ejercer su derecho al voto en los próximos doce meses, en un planeta asolado por las guerras y con el actual orden mundial en serio riesgo de fractura.
Unas serán elecciones legislativas y otras presidenciales. Algunas serán libres, transparentes y universales. Otras no serán más que un simulacro. Una farsa electoral de resultados previsibles de antemano, para disfrazar de legitimidad democrática el autoritarismo y la arbitrariedad de ciertos regímenes.
Pero, más allá de su relevancia interna, algunos de esos comicios alimentan ya toda suerte de cábalas por su potencial repercusión en la estabilidad geopolítica global. ¿Cómo recibirá Pekín el veredicto de los taiwaneses? ¿Qué supondrá para la guerra en Ucrania y la seguridad europea el más que probable quinto mandato de Putin? ¿Volverá Trump a la Casa Blanca? ¿En qué condiciones y con qué consecuencias para la sociedad y la política exterior estadounidenses? ¿Qué pasará en la India con Narendra Modi o en México con el 'obradorismo', visto el desesperado triunfo de Milei en Argentina? En América Latina, donde la afinidad ideológica de ciertos gobiernos parece ser definitoria del sentir y accionar del conjunto de la región, ninguna elección resultará irrelevante. Este año habrá comicios presidenciales en Panamá, República Dominicana y Uruguay. Por no hablar de las elecciones en Venezuela, si finalmente tienen lugar, de las que, al menos por ahora y a la espera de que se articule una alternativa de oposición viable y fiable, no cabe esperar sino más de lo mismo, es decir, más 'madurismo'.
No sabremos cómo quedará configurado el mundo tras este 'tsunami electoral'. Ni tampoco sabremos si este será mejor o peor una vez que las urnas hayan arrojado su veredicto, siempre y cuando demos por bueno que el voto ciudadano decide algo en un mundo dominado y preconfigurado en su propio interés, por las todopoderosas corporaciones tecnológicas que a estas alturas han desarrollado habilidades suficientes para conformar la opinión de cualquier electorado. Lo que sí sabemos a ciencia cierta es que 2024 será un año de emociones fuertes, en el que también se decidirá el futuro de la Unión Europea.
Como observa acertadamente Javier Pérez Royo, este será «la madre de todos los años electorales». Un año decisivo para comprobar la resiliencia de la «cultura democrática» en Oriente y Occidente.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.