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Hans Mayer, escritor, de padre judío y nacido en Austria, nos cuenta lo terrible de lo ocurrido durante su internamiento en Auschwitz, donde coincidió con Primo Levi, en su reconocida obra 'Más allá de la culpa y la expiación'. Cuando fue rescatado pesaba cuarenta kilos ... y, si bien las torturas y las muertes vividas diariamente destrozaron a este hombre, lo que le marcó definitivamente fue la lacerante laxitud con la que el pueblo alemán afrontaba su silencio, cuando no su participación en el holocausto. El filósofo no logró nunca superar aquel terrible dolor producido por la falta de aceptación de responsabilidades individuales y colectivas de los alemanes. Tal fue su decepción que no pudo soportar llevar su nombre y apellido alemán, debía desprenderse de todo lo que le uniera con la ideología promotora de aquella atrocidad, lo que él llamaba «la lógica de las SS». Desde entonces fue mundialmente conocido como Jean Améry, en un desgarrador cambio de letras, y de identidad, Mayer se convirtió en Améry. Aunque este intento de desvinculación con cualquier vestigio de germanidad no consiguió sanar sus heridas, comprobando que todo lo terrible acaecido se olvidaba bajo un manto que diluía culpas y culpables. En 1978 se suicidó, atiborrado de pena y de barbitúricos, en la habitación de un hotel de Salzburgo. Primo Levi se quitó la vida diez años más tarde.
Como en años anteriores, en cada ocasión con más participación de la ciudadanía, el pasado fin de semana se celebró la manifestación por el acercamiento de los presos de ETA convocada por Sare. Desde hace varios años me he dirigido públicamente a los organizadores (y lo he hecho directamente con Joseba Azkarraga, con el que me une, a pesar de la discrepancia, una relación de especial afecto) para intentar aclarar tres cuestiones fundamentales. La primera se refiere a mi radical posición a favor de la humanización de la política penitenciaria y mi deseo de asistir a la marcha. La segunda tiene que ver con las razones para mi inasistencia, pues para pedir una mirada humanitaria para con los victimarios me es imprescindible que los mismos, y quienes les fanatizaron, se rehumanicen y asuman la crueldad de lo provocado, es decir la irreparable destrucción evidenciada en las víctimas inocentes; cuestión esta que, año tras año, no veo reflejada ni en su consideración sobre «los presos políticos, represaliados o exiliados» ni, por supuesto, en su ausencia de gestos de perdón hacia las víctimas. La tercera es mi petición para que estas condiciones cambien para que de esa forma muchos más ciudadanos y ciudadanas, incluidas numerosas víctimas de ETA y yo mismo, podamos acompañarlos.
Pues bien, este año, y a pesar de contar con la presencia de dos víctimas, considero que tampoco se ha cumplido mi petición. En esta convocatoria, de nuevo y mezclada con reivindicaciones independentistas, con el 'procés' y con el señalamiento de un único culpable -el Estado español-, he vuelto a tener la misma impresión, que supongo tuvo en su día Améry. La culpa de la situación de los presos de ETA es difusa. El Estado o todos fuimos culpables. La mejor forma, como suele repetir el filósofo Reyes Mate, de que la culpa quede finalmente diluida y nadie resulte responsable, exonerando así a los victimarios, y a quienes les apoyaron, de toda responsabilidad directa. Ni una sola línea de autocrítica directa, para quedarse tan sólo en generalizaciones: «…este gran respaldo nos permite decir con firmeza que el problema ya no lo tiene el Estado con una organización disuelta e inexistente».
El problema lo tiene con una sociedad que no quiere mayoritariamente que en su nombre se vulnere ningún derecho, tampoco el de las personas privadas de libertad y de sus familias». Se pone el foco en la política penitenciaria, cruel y vengativa, de España, pero hay, como diría Améry, algo más allá de la culpa y la expiación y esto es la asunción de responsabilidades. Porque nada dicen las asociaciones de familiares de presos, nada se ha dicho en el comunicado, nada en las llamadas a la convocatoria sobre un punto fundamental, de radical importancia, para comprender por qué sus familiares están en la cárcel: la política penitenciaria de la organización ETA. Una política que primero les adoctrinó, les convirtió en creyentes, les fanatizó, les empujó a asesinar y arrojó sus vidas a pudrirse en una celda para luego prohibirles acogerse a cualquier beneficio penitenciario ni asumir su culpa, mucho menos pedir perdón.
Hay presos en la calle que son el ejemplo claro de que muchas puertas se abrieron para quienes reconocieron su terrible error y pidieron perdón a sus víctimas. Y están en la calle, después de haber estado en Nanclares y Zaballa, cerca de sus familiares. Carmen Guisasola, Joseba Urrusolo Sistiaga, Idoia López Riaño, Ibon Etxazarreta o Valentín Lasarte no necesitan ya el acercamiento, están libres. ¿Por qué? Porque no se sometieron a la dictadura de ETA. Claro, ahora ya es tarde, cierto, ya es muy tarde. ¿Para cuándo alguien de ese universo ideológico reconocerá que lo realmente terrible para los presos ha sido la política penitenciaria de ETA?
Vuelvo a ofrecer mi petición y mi disponibilidad para estar el año que viene en esa manifestación, o mejor, espero de corazón que no haga falta estar en ella. Pero mientras tanto perdonen que mi reflexión pueda incomodarles, pues, parafraseando de nuevo a Améry, «sin el sentimiento de afinidad con los amenazados me convertiría en un exiliado de la realidad que renuncia a ser sí mismo».
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