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En la proposición no de ley que, como regalo por el cuadragésimo aniversario de la Constitución, aprobaron el jueves al alimón en el Parlamento el PNV y EH Bildu, conviene distinguir entre lo que dice y lo que quiere decir. Lo que dice podría pasar ... sin comentario. Se trata de un panfleto, mezcla de desprecio y descalificación, más propio del ambiente tabernario que de la Cámara parlamentaria. El desprecio es además tan visceral, que cualquier debate que pretendiera entablarse sería estéril. La conclusión está prejuzgada. Con todo, no estarán de más un par de consideraciones.
Llama, en primer lugar, la atención la descortesía. Un aniversario no merece tal falta de respeto. Sobre todo si viene de quienes, tras haber vivido condenados al exilio y la clandestinidad durante una larga dictadura, vieron en esa misma Constitución que ahora cumple cuarenta años la posibilidad de -al menos- expresarse en libertad y decir lo que de ella el jueves dijeron. A las críticas que encadenaron en los seis puntos de la proposición debería, por eso, haberles precedido una palabra de reconocimiento. Ni más ni menos encendido, por ejemplo, que el que le rindió su partido, cuando, en vez de por el voto negativo, optó por la abstención en el referéndum. Gracias a esa opción, lo que pudo haber sido rechazo, fue, también en Euskadi, aprobación, por raspada que fuera. Respeto, pues, hacia el otro y coherencia con uno mismo. Suelen ir de la mano.
Asombra, en segundo lugar, el escaso rigor. No cabe usar sin más, a propósito de la Constitución del 78, calificativos tan gruesos y poco matizados como «déficit de legitimación», «imposición», «base antidemocrática» o «históricamente falsa». Más que para apuntalarla y ponerla en valor, tal profusión de descalificaciones sirve para poner bajo sospecha la propia proposición no de ley que se aprueba. Algo debe de haber, en efecto, de espurio en un texto que se adorna de retórica tan hueca y vana como lo que con tanto escarnio se pretende descalificar. Y a eso espurio vamos ahora, que es, más allá de lo que dice, lo que la proposición quiere decir.
La pista nos la da el punto quinto. Esa referencia tan desmañada y fuera de lugar a la monarquía, que, sin venir a cuento, se cita y, sin reprobar, se reprueba, nos remite a lo que subyace en ese lento pero seguro proceso de hermanamiento a que venimos asistiendo entre el PNV y EH Bildu. Se trata de una especie de 'síndrome catalán'. No cabe desdeñar, en efecto, que los pasos que van dándose tienen siempre como escenario la sede parlamentaria, es decir, el lugar en que ese sector soberanista del PNV que 'envidia' el 'procés' campa a sus anchas de la mano de su portavoz. Para éstos, el inicio del 'procés' fue la señal de que había llegado el momento del anhelado 'desbordamiento' y de la consiguiente reconfiguración de las alianzas que su partido viene manteniendo, no por casualidad, desde el momento constitucional. Ahí es donde se inserta el pacto para la actualización del autogobierno, y quién sabe si no lo hará también el que parece estar fraguándose en torno a los Presupuestos o el que podría darse en algún territorio tras las elecciones de mayo. Se trataría, por tanto, de una reconfiguración que prefiguraría, a su vez, lo que, preparándose desde esta etapa ya preelectoral, se desea ver puesto en práctica para todo el país la próxima legislatura.
Está ya claro, a estas alturas, que estos pasos chocan con la cierta resistencia del lehendakari y con probables reticencias en el seno del EBB. Pero, debido sin duda a la fuerza que sus impulsores tienen en uno de los territorios de la confederación jeltzale, nadie parece atreverse ni a reconocerlos en público ni a ponerles freno en privado. Poco a poco, avanzan hacia un destino que, llegados a un cierto punto, puede resultar inexorable. Y es que suele ocurrir en este tipo de procesos colectivos que, en un determinado momento de su curso, el costo de pararlos y de dar marcha atrás les resulta a los implicados más gravoso que dejarse llevar, en la creencia de que, llegado el caso, podrán controlarlos. Así, bien por debilidad, bien por mal cálculo o indecisión, llegan a encontrarse un día donde ni querían ni habrían siquiera imaginado. Y, con ellos, todos los que, por devoción o por obligación, de ellos dependemos.
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