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De entre los diversos congresos regionales celebrados por el PSOE el pasado fin de semana, el de la federación de Andalucía ha tenido una especial significación. No solo por tratarse de la federación más numerosa y que acumula más experiencia de gobierno, sino también porque ... su lideresa, Susana Díaz, se enfrentó a Pedro Sánchez en las primarias por la secretaría general del partido. Es evidente que un cónclave regional –de la formación que sea– no puede alterar el proyecto político –nacional– porque no es su función. Sin embargo, en el caso del PSOE andaluz se han producido dos hechos que ponen de manifiesto que el rumbo del socialismo andaluz diverge notablemente del emprendido por el nuevo PSOE de Pedro Sánchez. El primero, las resoluciones aprobadas sobre el modelo territorial de España; el segundo, el homenaje tributado a Alfonso Guerra, uno de los protagonistas y artífices del consenso constitucional.
Los socialistas andaluces apuestan abiertamente por un federalismo cooperativo y no recogen la opción por el Estado plurinacional que defiende Pedro Sánchez. Se trata de proyectos políticos no solo divergentes sino completamente antitéticos. El federalismo cooperativo se basa en la igualdad sustancial de los entes territoriales que componen el Estado y en la lealtad entre todos ellos. El Estado plurinacional se construye sobre la base de naciones diversas, lo que exige precisar cuáles son y que diferencias se establecen entre ellas. Para expresarlo gráficamente, se trata de elegir entre el sistema territorial de Alemania o el de Bolivia.
El segundo hecho significativo fue el homenaje tributado al exvicepresidente del Gobierno y exvicesecretario general socialista, Alfonso Guerra. Hasta la semana pasada, Guerra presidió la Fundación Pablo Iglesias, prestigiosa institución concebida no como un laboratorio de ideas, sino como un centro de estudios históricos, que presta especial atención a la historia del socialismo. Bajo su presidencia, la fundación ha desarrollado una serie de trabajos que han hecho de ella una referencia obligada para los historiadores y en la que han colaborado académicos de primer nivel. Además, Alfonso Guerra, por méritos propios, forma parte de la historia del socialismo español. Causó por ello una gran conmoción que Pedro Sánchez decidiera prescindir de él y lo cesara, ofreciéndole a cambio una presidencia honorífica. Es decir, nada. Guerra, lógicamente, declinó el ofrecimiento. En este contexto, el homenaje de los socialistas andaluces fue un auténtico desagravio ante el atropello cometido por Sánchez.
Y fue también, y esto reviste una especial trascendencia política, una reivindicación del espíritu de la transición, del consenso y de la cultura política del diálogo y el acuerdo, valores todos ellos encarnados por Alfonso Guerra de forma ejemplar. Alfonso Guerra fue, junto con Abril Martorell de la UCD, uno de los principales artífices del consenso constitucional. Ambos dirigentes son unánimemente reconocidos como padres de la actual Constitución al mismo nivel que los siete ponentes. Fueron Guerra y Abril los que lograron desbloquear las negociaciones cuando fue preciso, superar los múltiples escollos que surgieron y alumbrar un texto constitucional que, por integrar las diversas sensibilidades políticas, pudo ser asumido por todos. El papel de Guerra en el proceso constituyente le permitió comprender mejor que a la mayoría de los políticos de hoy el verdadero significado y valor de la Constitución de 1978. Por ello, desde hace más de veinte años, en la primera clase con la que inició el curso de Derecho Constitucional, cito a mis alumnos su acertada definición de la Constitución española como 'un acta de paz'. Acta de paz de la guerra iniciada el 18 de julio de 1936. Un acta de paz del cual la Corona es garante.
Su talante dialogante y su participación activa en el consenso constitucional determinaron que fuera elegido en el pasado presidente de la Comisión Constitucional del Congreso. Muchas veces le he oído decir que su disposición al diálogo y a la búsqueda de acuerdos procede de la firmeza de sus principios (socialistas) y de la solidez de sus convicciones. Con razón advierte de lo difícil que es pactar con quienes por haber convertido la política en un espectáculo vacío y en un puro teatro de gestos, carecen realmente de principios.
Esas son las principales razones que 'explican', por un lado, el arbitrario cese de Alfonso Guerra al frente de la Fundación Pablo Iglesias llevado a cabo por Pedro Sánchez. Y esas mismas razones explican y justifican el respaldo mayoritario y el cariño que le profesaron el domingo los socialistas andaluces. Con ese gesto, expresaron no solo su afecto por la persona de Guerra, sino también su defensa de la Transición como una de las páginas más luminosas de nuestra historia.
De todo lo anterior cabe concluir que el partido socialista presenta múltiples fracturas. La 'potestas', el poder ejecutivo y decisorio está en manos de Sánchez, de los partidarios de la plurinacionalidad y de los que contemporizan con quienes condenan la Transición y defienden la dictadura venezolana. Ahora bien, la 'auctoritas', el prestigio socialmente reconocido, el patrimonio y el legado de lo que el PSOE ha significado en las últimas cuatro décadas, la encarnan personas como Alfonso Guerra. Desde esta óptica, el Congreso de los socialistas andaluces fue una reivindicación –absolutamente necesaria para la propia supervivencia de cualquier colectivo– de la 'auctoritas' frente a la 'potestas'.
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