Faltan nueve días para que decaiga el estado de alarma. La emoción es máxima. Porque al mismo tiempo faltan cinco días para que unas elecciones autonómicas decidan si en Madrid se apuesta por el fascismo o por el comunismo, lo que igual tiene que ver ... en que el 10 de mayo en el País Vasco se viva o no bajo el toque de queda. «¿Pero qué clase de guerra mundial es esta?», pensará usted si ha estado los últimos meses hibernando por alguna razón. Bueno, tranquilo, es solo la cogobernanza. El Gobierno se mantiene firme en su decisión de levantar el estado de alarma, como queriendo dar a entender que vuelve la libertad. Ese concepto es una de las claves chifladas de las elecciones en Madrid, comunidad que lleva al parecer en el ADN las terrazas y las cervecitas. En el resto del país, como es sabido, la costumbre es encerrarse en casa a las cinco para leer poesía mística antes de dormir en ayunas sobre una tabla.
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A la espera de que el Gobierno se vea libre de matizar lo de la libertad tras las elecciones del martes, en Lakua insisten en que el estado de alarma es necesario al menos durante mayo y junio, un periodo que el lehendakari definió ayer como «neurálgico». Por lo decisivo, claro. Pero quizá también por los dolores de cabeza. Al menos los que nos afecten a nosotros por el lado de la incredulidad. Ayer vimos a Urkullu exigiendo de nuevo más centralismo, ya que no nos enfrentamos a un problema local, sino a una pandemia. Aunque lo que terminará por volvernos locos es el espectáculo de la Administración esquivándose tácticamente a sí misma: nuestros gobernantes ignorándose como esas parejas que no se hablan y discuten a través de los hijos. Que la pareja tenga a un número considerable de familiares en la UCI aumenta el disparate. La tasa de incidencia de Gipuzkoa es la más alta del país y lidera los peores datos en Europa. Ayer Iñaki Subijana accedió a la presidencia del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco recordándoles a los legisladores que la «concreción normativa» ayudaría enormemente a «minimizar la incertidumbre y evitar la confusión y desorientación social». Alguien deberá explicarle antes o después que los adultos al mando no se hablan, que los recados se los mandan a través de los periodistas.
JOHNSON
Lo de circular en dirección contraria funciona en Reino Unido también en el debate político: allí es el Gobierno el que quiere hablar de la gestión de la pandemia. Sucede porque la alternativa es peor: una reforma del apartamento del 'premier' pagada con supuestas donaciones privadas. Cuando la oposición pregunta por eso, Boris Johnson se escandaliza. «Yo le hablo de vacunas y recuperación económica y usted me pregunta por cortinas y papeles pintados», viene a decir cada vez que los laboristas aprietan con las facturas. La Comisión Electoral investiga el asunto y Johnson asegura que colaborará aunque sea todo un «fárrago de sinsentido». Y tanto, solo hay que mirar el reparto: Dominic Cummings, exasesor y genio del mal que puede estar detrás de la filtración; Lulu Lytle, diseñadora a cargo de la redecoración, o Lord David Brownlow, millonario al parecer dispuesto a que el 'premier' disfrute de un bonito apartamento.
4-M
Solo que la campaña en Madrid transcurra como un accidente de tráfico explica que apenas reparemos en Edmundo Bal. Su misión es imposible; su entusiasmo, ejemplar. ¿Qué más puede hacer? Ha dejado que los de la estrategia jueguen con su nombre, ha montado en Harley, ha desvelado que desayuna Nocilla y hasta ha sacado al hijo, que es rapero y no le va a votar. Él tampoco. Por tener en algo la iniciativa, el otro día Bal propuso al resto de candidatos un inocentísimo pacto por la tolerancia. No se lo ha firmado nadie. Qué manera de abusar.
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