Todos esperamos que la crisis de inflación que estamos atravesando se comporte como una crisis pasajera, es decir, que en unos pocos meses se vaya reconduciendo y vuelva a niveles 'normales' de subida de precios de alrededor del 2% anual.
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Pero estas estimaciones (que comparten ... casi todos los agentes, y especialmente el Banco Central Europeo) están proyectando un entorno que tiende a reestabilizarse sobre las bases actuales. Incluidas las expectativas sobre la evolución de la guerra en Ucrania y también sobre el acceso a las materias primas, energéticas o de otro tipo.
Pero en lo referido a las proyecciones de la inflación de los alimentos, que ha sido noticia recurrente de este último año, no se vienen teniendo en cuenta algunos factores importantes y que harían modificar significativamente ese escenario de retorno a una baja inflación por otro de tensiones inflacionistas importantes durante bastantes años. Me refiero a tres asuntos diferentes, pero que aumentan el riesgo de alta inflación: Las decisiones adoptadas por la UE sobre la nueva Política Agraria Común (la PAC), la mayor sensibilidad por el autoabastecimiento de productos alimentarios básicos y los riesgos del cambio climático –mayores temperaturas, irregularidad de las precipitaciones– sobre la seguridad de la producción de alimentos. Tres asuntos que tienen capacidad de modificar apreciablemente, entre otras cosas, el coste, la producción y el precio de las cosas.
El más importante de los tres es el efecto de la nueva PAC. La UE destina una gran parte de su Presupuesto (un tercio) a esta política y lo dedica en gran medida a subvencionar la producción agraria que siga las directrices y prioridades marcadas. Con lo que Bruselas tiene argumentos muy potentes para transformar la realidad. Los objetivos de la PAC son muy claros y es difícil no estar de acuerdo con ellos. Se busca una producción de alimentos más sostenible y más saludable. Esto exige cambios importantes en los modos de producción, por ejemplo, con menos uso de fertilizantes y de fitosanitarios, más tierras en barbecho... Prácticas que ya existen en la agricultura razonada y la ecológica, pero que deberán extenderse. Según lo que sabemos por los antecedentes, todo indica que la producción de alimentos tenderá a reducirse y a encarecerse.
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A estas políticas hay que añadir otras que tienen consecuencias similares sobre los precios de la alimentación. El impulso de la economía circular, del bienestar animal, las tasas ecológicas... Buena parte de la subida de costes procede de la asunción de gastos que eran externalizados, es decir, 'vertíamos' al futuro costes ambientales, sin pagar por ellos.
Estas medidas europeas se diseñaron antes de que el panorama del comercio internacional cambiase de rumbo y de objetivos por culpa de la pandemia, primero, y de las modificaciones en la política de bloques económicos, después. La falta de algunos bienes básicos en la UE por la inexistencia de producción local o por la ruptura de las cadenas de suministro y, después, la necesidad de no depender del comercio con algunos países para tener acceso a bienes básicos no solo afecta a las mascarillas o a los chips o baterías, también a la alimentación. Hoy la UE exporta más alimentos de los que importa pero el superávit no llega al 10%, y una reducción de producción alimentaria provocaría una situación de dependencia notable de terceros países en muchos productos básicos. Esto puede traer consigo la necesidad de producir localmente algunos bienes elementales cuya elaboración se había desplazado a países más productivos, más baratos, con el consiguiente encarecimiento de esa producción y la mayor competencia por un suelo limitado.
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Por si fuera poco, las expectativas del cambio climático provocan un escenario que va en la misma dirección. La sequía del último año puede darnos pistas sobre sus efectos, reducciones de cosechas importantes en las producciones sin regadío y competencia por el agua en los cultivos con regadío, para el consumo urbano, industrial, turístico... y agrario. Todo ello con el mismo resultado de reducción de cosechas. Las consecuencias de esto vuelven a ser las mismas, incremento de costes, mayor dependencia exterior y subida de precios.
Tradicionalmente, el incremento de productividad ha solido ser el factor compensador de los incrementos de costes unitarios. Pero casi todas las cuestiones descritas coinciden en que gran parte del incremento de los gastos se produce por reducción de la productividad. Y la tecnología tampoco ayudará mucho por las políticas adoptadas en Europa al respecto.
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En definitiva, estamos ante el final de una era de alimentos cada vez más baratos en relación con nuestra renta. La nueva etapa es muy atractiva, los alimentos serán mejores y más sostenibles, pero pagaremos más por ellos. Indudablemente, la parte más vulnerable de la población será la más perjudicada y necesitará de mayor ayuda en esta transición.
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