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Los abusos sexuales cometidos a menores por parte de ciertos sacerdotes católicos empezaron a asomarse en el escaparate público en la década de 1950 en Estados Unidos. La Conferencia de Obispos Católicos de EE UU encarga al John Jay College of Criminal Justice diversas investigaciones ... en torno a los abusos cometidos por parte de la Iglesia católica a menores. El primer informe, publicado en 2004, abarca el período comprendido entre los años 1950 y 2002, al que le siguen otros anuales y, por cierto, todos consultables.
Las cifras contienen cuatro dígitos. Miles de sacerdotes acusados desde esos años, si bien hay constancias anteriores. A partir de ahí, las denuncias e inculpaciones se van extendiendo: Irlanda, Reino Unido, Canadá, España, Argentina, México, Colombia, Chile, Ecuador… La mayoría de las víctimas, según reza el estudio, son menores y varones, aunque tampoco se libran las chicas, si bien en forma de violencia física y moral (recuerden el caso de las Hermanas de la Misericordia y sus asilos en Irlanda).
Esta semana se ha conocido la sentencia condenatoria impuesta a un docente (¡numerario del Opus Dei, ay por Dios! ¡encima «Dei», la obra de «Dios»!) del colegio Gaztelueta por abusos sexuales a un alumno durante el periodo 2008-2010. Es claro que ha sido posible por el coraje de la víctima y su familia para denunciar, y por el buen hacer de la Justicia, en esta ocasión; todavía no había prescrito, tal y como sucede en la mayoría de otros muchos casos abocados al archivo. Es claro que la Justicia actúa regida por las leyes acordadas por sus representantes políticos. Vale. ¿Y la Iglesia católica qué dice? Que ha prescrito… ¿Y «ya está»?, ¿Eso es todo? No. No está.
El inmovilismo, corporativismo y encubrimiento de todos estos abusos por parte de los poderes de la Iglesia católica ha sido, y es, absolutamente escandaloso y punible.
Resulta que la Iglesia, entre todas esas innumerables leyes y demás retahílas que tiene en su Código de Derecho Canónico (última revisión de 1983) entre toda esa maraña (para mí, por lo menos, que soy lega en la materia) encontramos el canon 1395, que en su párrafo 2 dice así: «El clérigo que cometa de otro modo un delito contra el sexto mandamiento del Decálogo, cuando este delito haya sido cometido con violencia o amenazas, o públicamente o con un menor que no haya cumplido dieciséis años de edad, debe ser castigado con penas justas, sin excluir la expulsión del estado clerical cuando el caso lo requiera». Es decir, ya está reflejado el abuso en su propio código. Pero no recuerdo que la Iglesia de aquí haya encargado ningún estudio, tal y como ha hecho la norteamericana, o la alemana, por ejemplo. Tampoco que haya habido expulsiones (pero sí 'retiros', encima los hay con suerte). La postura de la Iglesia católica española es muy diferente a otras del entorno y, cuando menos, vergonzosa.
Hace unos días, el jefe de finanzas de la Conferencia Episcopal Española, Fernando Giménez Barriocanal, (por cierto, no es clérigo) se quejaba en torno al tema que nos ocupa de que se está construyendo un relato que nada tiene que ver con la Iglesia. Y aludía a los datos del Eurostat, o sea, la oficina europea de estadística, como si de lo que estamos hablando se pudiera comparar con estudios acerca de cuánto café toman los ciudadanos europeos, o qué coche tienen, etc. Añadía, además, que es irrelevante el porcentaje de abusadores [atribuibles a la iglesia] en el conjunto de la sociedad. El tufillo que destilan sus palabras es el mismo que respiramos en otros lugares: se quiere hundir a la Iglesia católica.
No, hombre de Dios, no. ¿Sabe lo que pasa? Que es precisamente la Iglesia católica la que nos ha dictado durante toda nuestra vida (aunque no hayamos obedecido) desde su atalaya lo que está bien o mal, precisamente en cuestión de sexo, que es lo que más 'guerra' le ha dado ¡y sin derecho a réplica! Lindezas del tipo que masturbarse produce enanismo, locura… bueno, esto sólo para los chicos, pues las chicas ni sentíamos ni padecíamos, igual alguna depravada o así. Para nosotras era que si te tocaban mucho las glándulas mamarias (las tetas, pero también era palabra fea) podía producir cáncer, que si nos debíamos 'guardar' hasta el matrimonio (esto nunca lo entendía yo… ¿guardarnos en dónde? ¿En un cajón?) Por no hablar del confesionario… dale que te pego con el sexto mandamiento, ese mismo que he citado más arriba como sexto del Decálogo, ya saben: el de no hacer actos impuros, ni en pensamiento, ni en deseo, aquí entra la fornicación, el adulterio, la masturbación, la lujuria, la prostitución, el concubinato y… ahora viene lo mejor ¡la homosexualidad y la violación! Mira por dónde, ¡es de lo que estamos hablando!
Pero ¿cuál sigue siendo la respuesta de la Iglesia española? Tapar y tapar. Y por aquí cerca también tenemos casos prescritos, por cierto, de sacerdotes muy majos, euskaldunes, y de 'buen rollo' con los chavales, y tal. Lo máximo que hace alguno, si lo reconoce, es pedir perdón, y los de arriba lo retiran a no sé dónde, a rezar y pedir clemencia divina. No. La condena para este tipo de gente debe de ser triple. Una, con su código y su entorno, otra, con el Código Penal y bajo las mismas leyes que se nos aplica a cualquier persona, y la tercera, ¡ay!, la tercera… ¡se merecen el fuego eterno! Después de tanto machacarnos con sus matracas… ¿Va a resultar que tienen aforamiento divino?
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